Castellano, pregunta formulada por monica2073, hace 15 horas

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En Padua, la ciudad italiana en la que vive ahora, Jimena Ricatti comenzó un proyecto que bautizó SensoryTrip. Un laboratorio con cocina en donde se dedica a desmenuzar productos y estrategias de la industria. Analiza fórmulas, prueba preparaciones y coteja aditivos para entender cuál es el secreto que los vuelve irresistibles. Su exploración empezó en Buenos Aires en 2007, en un espacio dirigido por el biólogo Diego Golombek que se conoció como “El sótano de la percepción”. Un lugar de intercambio y reunión de jóvenes científicos que se popularizó cuando lograron armar una feria en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Entonces Ricatti estaba encargada de los experimentos orientados a enseñar sobre el olfato y el gusto. El evento fue un éxito con cientos de personas de todas las edades comprobando de qué modo el olfato puede invocar recuerdos o cómo obligar a un niño a terminar un plato puede hacerlo odiar una comida para siempre. El entusiasmo la llevó a precipitar los tiempos. Terminó su tesis de doctorado (sobre el sentido de la vista) y viajó a Italia para hacer un posdoctorado. Aterrizó primero en la Universidad de Padua, donde se concentró en el desarrollo de una nariz bioelectrónica para la detección de explosivos en aeropuertos. Y luego, antes de abrir su propio centro de experimentación, estuvo un tiempo en la Universidad Verona, donde se orientó al estudio del Parkinson y la evaluación de los sentidos con pacientes que los estaban perdiendo.
Fue así, entre personas sin olfato, o con la vista y el oído disminuidos por esa enfermedad, que querían comer y ya no podían, que comprendió de qué se trataba eso que hasta entonces solo intuía:
—Un anciano con Parkinson puede creer que huele pan cuando huele pescado, o perder el olfato completamente y que la comida le termine sabiendo a cartón. Enseguida deja de disfrutar, lo que deviene en un proceso acelerado de desintegración: en poco tiempo se terminan de dañar su memoria y el habla, y entra en depresión y en demencia.
—¿Por qué a un consumidor sano le sirve saber algo así?
—Porque lo ayuda a entender cómo nuestros sentidos crean realidad o la modifican y por qué manipularnos no es ninguna pavada. Por ejemplo, en una selva los colores nos sirven para buscar nutrientes. Acá, esa misma capacidad maravillosa queda atrapada en esto —dice entre las botellas de jugo con líquidos que van del amarillo al violeta.
Según la Encuesta Permanente de Consumo de Hogares en la Argentina, el 60 por ciento de las bebidas que consumen los menores de doce años son azucaradas y coloridas. En mi propia encuesta podía llegar al 90 por ciento. “El agua no me gusta”, decía Benjamín y yo un día me convencí de que no me quedaba otra opción que comprarle jugo porque por supuesto no solo ocurre con el hambre, todas las madres primerizas sabemos que un hijo también puede morir de sed.
—Los jugos son increíbles, siempre que vuelvo a la Argentina me sorprendo: los fabricantes crean sabores cada año que son pura manipulación química y cromática… Imaginate si no tuvieran estos colores —plantea.
Es fácil: sin sus colorantes estas botellas azul frambuesa, rosa frutos tropicales y amarillo lima refrescante quedarían rellenas de una suspensión turbia, no blanca, tampoco transparente, más bien algo cercano al humo líquido, nada tentador.
—Los colorantes son fundamentales. Nadie toma agua con azúcar en gran cantidad: son los colores, aromas y sabores de artificio los que hacen de estas bebidas algo que un niño de dos años puede tragar hasta superar la capacidad de digestión de su propio estómago.
Las empresas como Coca-Cola tienen estudios en donde se jactan de eso mismo: los colores hacen que las bebidas se vuelvan más apetecibles logrando que los niños beban hasta dos veces más.
—Pero, ¿beneficia en algo a ese niño beber de más? —se pregunta Ricatti—. No. No hay ningún estudio serio que muestre que un niño va a padecer sed teniendo agua disponible. Sin embargo, las marcas logran instalar ese miedo mientras le venden bebidas que, para peor, deterioran su salud. Jarabe de maíz de alta fructosa, conservantes, colorantes, saborizante y aromatizante de frambuesa —dice leyendo el rótulo de una Gatorade azul eléctrico—. Esta bebida es frambuesa artificial, pintada con un color que no existe en el universo frambuesas y terminada con un dulce imposible de replicar en casa.

Respuestas a la pregunta

Contestado por janethmora0702
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Respuesta:

Te ayudaría pero pusiste mucho texto xd pon lo necesario para la respuesta sea más clara

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