Explica un aspecto positivo y uno negativo que produjo la división del Imperio Romano en Oriente y Occidente, por parte del emperador Teodosio el Grande en el año 395 d.C
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El Bajo Imperio romano es el período histórico que se extiende desde el ascenso de Diocleciano al poder en 284 hasta el fin del Imperio romano de Occidente en 476.
Tras los siglos dorados del Imperio romano (período denominado Paz romana, que abarca los siglos I a II), comenzó un deterioro en las instituciones del Imperio, particularmente la del propio emperador. Fue así como tras las malas administraciones de la Dinastía de los Severos, en particular la de Heliogábalo, y tras el asesinato del último de ellos, Alejandro Severo, el Imperio cayó en un estado de ingobernabilidad que se denomina Crisis o Anarquía del siglo III. Entre los años 238 al 285 hubo 19 emperadores, ninguno de los cuales murió de muerte natural, y que fueron incapaces de tomar las riendas del gobierno y actuar de forma coordinada con el Senado, por lo que terminaron por sumir a Roma en una verdadera crisis institucional. Durante este mismo periodo comenzó la llamada «invasión pacífica», en la que varias tribus bárbaras se situaron, en un principio, en los limes del imperio debido a la falta de disciplina por parte del ejército, además de la ingobernabilidad emanada del poder central, incapaz de actuar en contra de esta situación.
En paralelo a esta crisis política se desarrolló una profunda crisis económica, caracterizada por una gran inflación y un declive de la agricultura, la industria, el comercio, el medio urbano y el sistema esclavista. Los períodos donde se intentó restablecer el orden, tales como el Dominado del siglo IV, introdujeron cambios políticos y económicos muy importantes en la administración y gobierno del Imperio, tales como la instauración primeramente de la tetrarquía, aunque la consiguiente división territorial del Imperio en el Imperio romano de Occidente, cuya decadencia aquí se estudia, y el Imperio romano de Oriente, que sobreviviría 1000 años más. No obstante, el hecho más relevante de este período de inestabilidad fueron las llamadas invasiones bárbaras, en las que los bárbaros del norte irían paulatinamente infiltrándose a través de los limes del Imperio, en una sucesión de guerras fronterizas e invasiones que acabarían por destruir al Imperio: las fronteras imperiales, privadas de la vigilancia de antaño, se convirtieron en auténticas puertas por donde penetraron impunemente las tribus bárbaras. Las más audaces fueron los pueblos germánicos, especialmente los francos y los godos, que arremetieron contra el imperio, atravesando la frontera de los ríos Rin y Danubio, hasta provocar su colapso.
La tradición occidental ha considerado que el Imperio romano desapareció como entidad política el 4 de septiembre del año 476, cuando Rómulo Augusto, el último emperador del Imperio romano de Occidente, fue depuesto por el bárbaro Odoacro. Roma ya había sido saqueada previamente por Alarico I en el 410, y no quedaba prácticamente nada del orden romano original; Rómulo Augusto ni tan siquiera gobernaba sobre todos los territorios que habían correspondido al Imperio de Occidente.
Tradicionalmente se sitúa en el año 476 como fecha que marca definitivamente la caída del Imperio romano e inicio de la Edad Media, debido a que a partir de esa fecha nadie reclamó el título de emperador de Occidente, y porque, caída la propia Roma, resultaba paradójico que el propio Imperio romano pudiera seguir existiendo. Sin embargo, muchos historiadores cuestionan esta fecha, haciendo notar que el Imperio romano de Oriente pervivió hasta la caída de Constantinopla el 29 de mayo de 1453, fecha que a su vez se usa como fin de la Edad Media e inicio del Renacimiento.
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