Explica que ventajas tiene la adaptación de las reglas de un deporte profesional a un escolar
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En primer lugar conviene ser consciente y tener presente que la mera existencia de reglas supone alejarse de una concepción de la actividad deportiva como juego3 basado en una actividad libre y espontánea, al menos en sentido estricto. Aunque cabe aceptar la posibilidad de una práctica deportiva lúdica y anómica, como la que sostiene Sánchez Ferlosio (2000:479) respecto a la práctica de los deportes deslizantes (esquí, patinaje, windsurf...), en general, la concepción lúdica de la actividad deportiva se sitúa aquí en una línea próxima a la propuesta por Huizinga (1996:19 y ss., 24), donde coexiste en el juego la idea de actividad libre y la de un orden basado en reglas. Para Parlebas (1988:91), en cambio, el juego es una actividad concertada bajo coacciones que se aceptan porque son "... la condición imprescindible para la realización del juego y su cortejo de alegrías", posición teórica que, desde mi punto de vista, también puede aceptarse en el fondo, aún cuando considere cuestionable la forma en que se plantea tal idea. Sin entrar en el análisis de esta cuestión y de la contradicción que representa, me basta aquí con señalar y asumir la idea compartida por ambos autores de que la libertad en el juego adquiere sentido y significado en la libre aceptación por los participantes del orden creado por las reglas.
En efecto, como indica Durand (1988:97), hasta aproximadamente los ocho años de edad, los niños y niñas no asumen ni comprenden la necesidad de las reglas que provienen del mundo adulto, y tienden a transgredirlas sin vergüenza, remordimientos o sentimientos de culpabilidad, con el fin de vengarse o de alcanzar lo que pretenden. Es entre los ocho y los diez años, cuando los niños y las niñas comienzan a comprender y a interesarse por las reglas como recurso contra las trampas, considerándolas como indispensables y legítimas; no obstante, tienden a mantener una actitud ambivalente aceptando las normas para evitar las trampas pero se conceden la posibilidad de infringirlas si piensan que van a ganar en eficacia, pues la escasa capacidad de descentralización que todavía tienen les lleva a no admitir el principio de reciprocidad. Según el mismo autor, a partir de los once años las normas se aceptan libremente pero su transgresión es admitida y también reprobada simultáneamente; la violación de las reglas ya no suele ser justificada por los resultados sino bajo criterios morales como respuestas a otras trampas anteriores, lo que tiende a ser considerado como un derecho adquirido que restablece la igualdad de posibilidades frente a otros participantes percibidos como tramposos.
Según se desprende del planteamiento de ambos autores (Durand, 1988:98; Parlebas, 1988:101), el periodo de edad comprendido entre los siete y los diez u once años puede ser considerado como una «etapa bisagra» -marcada por el egocentrismo de la corta edad y por el atractivo que comienza a tener la norma para la diversión en el juego- en la cual la interacción y conductas de los participantes con respecto a las reglas oscilará entre la infracción de las reglas y el respeto a las mismas. Por ello mismo, tales características convierten a este periodo en una etapa especialmente importante, desde un punto de vista educativo, por el estado de madurez cognoscitiva y afectiva del alumnado, y por la cantidad y diversidad de situaciones conflictivas que surgirán a lo largo del juego (Parlebas, 1988:101). Dichas situaciones pueden y deber ser aprovechadas en un sentido formativo orientado hacia la adquisición progresiva de una moral autónoma, a través del análisis, la reflexión, la comprensión y la libre aceptación de las normas como elemento fundamental para regular el transcurso de la actividad deportiva.
A partir de los once años, aunque los alumnos y las alumnas manifiestan mayor capacidad para comprender, aceptar y respetar las normas, es conveniente reforzar tales actitudes a través de situaciones donde se reflexione y analice, con mayor profundidad que en el periodo anterior, la importancia y necesidad de respetar las normas para poder obtener del juego todo su caudal de diversión y bienestar personal, y como forma de respuesta ética ante los compromisos alcanzados con los compañeros y las compañeras. En torno a esta edad, según señala Durand (1988:101), los niños y las niñas dejan de ver al profesor o a la profesora como el responsable de que se cumplan las normas y de reparar los daños causados, y empiezan a ver al docente como alguien que se puede equivocar y cuyas decisiones pueden ser discutidas.
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