explica por que era importante la red de puerta carboníferos para el Imperio británico
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Cecil John Rhodes, el hombre más rico de África, rey de los diamantes, dedicó la mitad de su vida al engrandecimiento del Imperio británico. Fue un insaciable representante del capitalismo colonial africano, y concibió uno de los proyectos más ambiciosos que jamás forjó el colonialismo. Un delirio utópico, una fantasía imperia lista que, aun así, estuvo muy cerca de convertirse en realidad: construir una línea de ferrocarril sin interrupción desde Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, hasta El Cairo, en Egipto.
El imperio vertical
Conocido por su nombre en inglés, The Cape to Cairo Railway, el proyecto nació a finales del siglo XIX. La idea se basaba en el grandioso anhelo de conectar las posesiones africanas del Imperio británico a través de una línea continua de sur a norte, partiendo del cabo de Buena Esperanza y ascendiendo hasta el mar Mediterráneo. Se trataba de seguir el trazado de la línea roja que señalaban los mapas coloniales británicos, convenientemente transformada en un camino de raíles y traviesas que cruzaría la selva, la sabana y el desierto, así como las aguas de caudalosos ríos.
El concepto del dominio africano de sur a norte fue conocido como “el imperio vertical”, en contraposición al imperio horizontal que perseguía Francia: también pretendía atravesar toda África, aunque en su caso desde el océano Atlántico hasta el Índico. Bajo esta idea, el ferrocarril planeado por Rhodes debía convertirse en un elemento clave en la unificación de las posesiones y la gestión de su dominio.
Muy gráficamente, los ingleses lo llamaron The Spine and Ribs of Africa, “la columna y las costillas de África”, siendo la columna la línea central del ferrocarril y las costillas las vías que la conectaban con los puertos de la costa. Su construcción permitiría fomentar el comercio a lo largo de todo el continente, mejorar el transporte de mercancías, un gobierno más fácil de las colonias y el desplazamiento rápido de tropas a zonas conflictivas o en guerra.
Ocupó cargos de responsabilidad en las colonias y terminó construyéndose un escenario inmejorable
Este punto de vista lo compartía con los gobernantes de la metrópolis Cecil Rhodes mejor que ningún otro hombre en el mundo. No se puede olvidar que los objetivos principales del empuje colonial británico eran la explotación de materias primas, la apertura de nuevos mercados y la inversión de capitales en sectores como la minería y las plantaciones agrícolas.
El hombre más poderoso
Rhodes se estableció en 1870 en Sudáfrica, una de las pocas colonias británicas de población blanca. Llegó para incorporarse a la explotación algodonera de su hermano, pero rápidamente se abrió camino por su cuenta en el negocio de los diamantes. Al cabo de unos veinte años fusionó su empresa con otra para crear la De Beers, firma que en cuestión de un decenio llegaría a controlar el 90% del mercado mundial de diamantes.
Por la misma época fundó también la poderosa British South Africa Company. Era un ente con decreto real, autorizado para comerciar con líderes del continente negro, instituir bancos y administrar y distribuir tierras. Con ello Rhodes persiguió especialmente la adquisición de derechos de explotación de minerales. Una característica diferenciaba la carrera de Rhodes de la de sus competidores, el resto de empresarios que iban tras la explotación de riquezas africanas: el factor imperial.
Trabajaba al mismo tiempo para sí y para el Imperio. Así, ocupó cargos políticos de responsabilidad en las colonias, y terminó construyéndose un escenario que llegó a ser inmejorable para él. Como empresario dominaba los principales recursos mineros del territorio; como político fue elegido diputado al Parlamento de la Colonia del Cabo en 1881 y primer ministro de esta misma provincia en la década siguiente.