Existe una relación entre lo sucedido en Europa en el siglo XVII con la situación en América Latina en el siglo XXI
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Las relaciones entre la Unión Europea (UE) y América Latina en la primera década del siglo
XXI han estado marcadas por grandes dosis de voluntarismo, que son las que han llevado a
hablar a ambas partes de la posibilidad de constituir una “asociación estratégica” birregional.
Sin embargo no son los únicos factores a considerar en unas relaciones que tienen numerosas
facetas e inclusive algunos claroscuros y contradicciones. Es bastante frecuente escuchar y
leer, tanto en documentos oficiales como en trabajos académicos, que las relaciones entre
ambas regiones son especiales a partir del hecho de compartir una serie de valores
civilizatorios, culturales e históricos. Una de las ideas que sustenta la existencia de ese
marco común es la pertenencia de América Latina a Occidente. Si se quiere, siguiendo a
Alain Rouquié1
se podría decir que América Latina pertenece al “Extremo Occidente”, pero
al Occidente al fin de cuentas.
A partir de aquí se concluye con bastante insistencia en que ambas regiones se declaran, y
son, mayoritariamente democráticas, y que en sus países los sistemas políticos giran en torno
a la ciudadanía, a la democracia representativa, la división de poderes, el estado de derecho y
el imperio de la ley. Gracias a ello es posible construir una “alianza estratégica” entre los 27
estados miembros de la UE y los 33 países de América Latina y el Caribe. Esta alianza, por
su elevado número de miembros, puede, y debe, tener una gran presencia, en la escena
internacional y en los organismos multilaterales, comenzando por Naciones Unidas.
Inclusive en el G-20, la presencia de tres países latinoamericanos (Brasil, México y
Argentina) se suma a otros cinco europeos (Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y
España), más la propia UE. De este modo, en la medida que esta alianza logre consolidarse,
tanto la UE como América Latina estarían en condiciones de tener una fuerte presencia en
las negociaciones internacionales e influir de una manera muy importante en ellas y en la
confección de las respectivas agendas.
Es en este contexto que frente a las relaciones entre Europa y América Latina encontramos
dos posturas extremas, que oscilan entre el excesivo optimismo y el excesivo pesimismo.
Mientras la primera postura insiste en el gran potencial existente entre ambas regiones a
partir de compartir valores comunes, lo que ha llevado a avanzar considerablemente en el
proceso de construcción de una alianza estratégica, la segunda apunta a que pese a algunos
temas en común, las diferencias regionales son de tal calado que es imposible avanzar más
allá de algunos compromisos coyunturales. En realidad, como siempre ocurre, la respuesta
hay que encontrarla a mitad de camino, matizando adecuadamente las posiciones más
radicales mantenidas por los partidarios de ambos extremos. Esto se puede observar en un
análisis más a largo plazo de la relación, como se ha visto en las últimas dos décadas del
Explicación: