existe una relación entre la relación entre la revolución cubana y la matanza de Tlatelolco
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Así comenzaba Elena Poniatowska su relato de la masacre del 2 octubre de 1968, en la Ciudad de México. Desde aquel testimonio, uno de los primeros, junto a los de Carlos Monsiváis en Días de guardar (1970) y Luis González de Alba en Los días y los años (1971), se ha acumulado un elocuente reclamo de memoria y justicia desde la izquierda mexicana, desconocido por las autoridades. La responsabilidad del presidente Gustavo Díaz Ordaz, del Secretario de Gobernación Luis Echeverría, que lo sucedió en la presidencia, y de la Dirección Federal de Seguridad, encabezada por Fernando Gutiérrez Barrios, ha estado siempre fuera de duda.
Investigaciones más recientes, como la del profesor de El Colegio de México Sergio Aguayo, en su libro El 68. Los estudiantes, el presidente y la CIA (2018), fijan la mirada en el papel de la CIA y, en especial, de su Jefe de Estación en México Winston Scott, en la represión del movimiento estudiantil. Este agente operaba en México desde mediados de los 50 y desarrolló una relación muy estrecha con los presidentes Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. Durante su gestión, se produjo el oscuro capítulo mexicano de Lee Harvey Oswald, que condujo a la detención, en México, de la joven Silvia Tirado de Durán, prima de la escritora Elena Garro, primera esposa de Octavio Paz, que trabajaba en la embajada cubana y decía haber sido amante del presunto asesino de Kennedy.
Esta enrevesada trama de la Guerra Fría en la Ciudad de México, donde se cruzaban los servicios de inteligencia de Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba, produjo, además, los envíos de información, hacia La Habana, de los supuestos vínculos con la CIA de Joaquín Ordoqui, el veterano dirigente comunista cubano. Aquella información “falsa”, facturada por la propia CIA a través de su operación Am/ Bear y entregada a la embajada de Cuba en México, fue la que decidió, según reconoce el general cubano Fabián Escalante Font, en su libro Más allá de la duda razonable (2016), los arrestos de Ordoqui, su esposa Edith García Buchaca, y también de Teresa Proenza, agregada cultural de Cuba en México, que había sido secretaria de Diego Rivera y amiga íntima de Frida Kahlo por décadas.
El entrelazamiento de los casos de Lee Harvey Oswald en México y de Joaquín Ordoqui en Cuba, que formó parte del llamado “proceso al sectarismo” que condujo al fusilamiento de Marcos Rodríguez en 1964 en La Habana, revela una colaboración práctica entre los servicios de inteligencia de Estados Unidos y Cuba. Algo que, según el libro reciente de Aguayo, pudo haberse repetido cuatro años después, en el verano de 1968, durante la represión del movimiento estudiantil en México.
Mientras tenía lugar esa profunda conexión por debajo, se fraguaba, por arriba, un entendimiento no menos profundo entre los dos gobiernos, el de Fidel Castro, Osvaldo Dorticós y el Partido Comunista de Cuba, y el de López Mateos, Díaz Ordaz y el PRI en México. Hacia 1968, México había probado, en varias coyunturas, su lealtad diplomática a La Habana: se había opuesto a la expulsión de Cuba de la OEA, había desafiado el embargo comercial de Estados Unidos e, incluso, había incrementado el intercambio comercial con la isla a partir de 1967. Tras las protestas de algunos gobiernos latinoamericanos en la OEA y en la ONU, luego de las conferencias de la Tricontinental y la OLAS en La Habana, en 1966 y 1967, en las que participó una delegación mexicana, encabezada por Heberto Castillo, líder del MLN cardenista, México se abstuvo, una vez más, de condenar a la isla
Lo paradójico es que el relato oficial mexicano implicaba a Cuba, a la Unión Soviética y a China, ya que sostenía que los estudiantes estaban armados por el comunismo internacional. Presentar a los estudiantes como “agentes extranjeros” o marionetas de uno de los polos de la Guerra Fría fue el recurso mediático del autoritarismo mexicano para justificar la represión de aquel verano y, específicamente, la masacre del 2 de octubre. “Una de las debilidades del Movimiento –dice Aguayo– era que sus aliados internacionales –Cuba y la URSS– eran cómplices o respaldaban a Gustavo Díaz Ordaz”.
¿No reaccionó Cuba a aquella acusación mexicana de intervención en el movimiento estudiantil? Tal vez la respuesta llegó un año después, en el verano de 1969, cuando el gobierno de Fidel Castro acusó de agente de la CIA al diplomático Humberto Carrillo Colón, destacado en la embajada de México en la isla. La crisis diplomática provocó una reunión entre el canciller Raúl Roa y el presidente Díaz Ordaz, en septiembre de 1969, en la Ciudad de México. Pero a pesar de la gravedad de la acusación, el vínculo especial entre ambos países sobrevivió.
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