Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y
terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui
por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la
ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos,
tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron
un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su
cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días
después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a
un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la
oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.
Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como
el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré
profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar
de masticar.
—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de
súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del
sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije
Ese día encontré en el bosque la flor más linda de mi vida. Yo, que siempre he sido de buenos sentimientos y
terrible admirador de la belleza, no me creí digno de ella y busqué a alguien para ofrecérsela. Fui por aquí, fui
por allá, hasta que tropecé con la niña que le decían Caperucita Roja. La conocía pero nunca había tenido la
ocasión de acercarme. La había visto pasar hacia la escuela con sus compañeros desde finales de abril. Tan locos,
tan traviesos, siempre en una nube de polvo, nunca se detuvieron a conversar conmigo, ni siquiera me hicieron
un adiós con la mano. Qué niña más graciosa. Se dejaba caer las medias a los tobillos y una mariposa ataba su
cola de caballo. Me quedaba oyendo su risa entre los árboles. Le escribí una carta y la encontré sin abrir días
después, cubierta de polvo, en el mismo árbol y atravesada por el mismo alfiler. Una vez vi que le tiraba la cola a
un perro para divertirse. En otra ocasión apedreaba los murciélagos del campanario. La última vez llevaba de la
oreja un conejo gris que nadie volvió a ver.
Detuve la bicicleta y desmonté. La saludé con respeto y alegría. Ella hizo con el chicle un globo tan grande como
el mundo, lo estalló con la uña y se lo comió todo. Me rasqué detrás de la oreja, pateé una piedrecita, respiré
profundo, siempre con la flor escondida. Caperucita me miró de arriba abajo y respondió a mi saludo sin dejar
de masticar.
—¿Qué se te ofrece? ¿Eres el lobo feroz?
Me quedé mudo. Sí era el lobo pero no feroz. Y sólo pretendía regalarle una flor recién cortada. Se la mostré de
súbito, como por arte de magia. No esperaba que me aplaudiera como a los magos que sacan conejos del
sombrero, pero tampoco ese gesto de fastidio. Titubeando, le dije
huevos y azúcar en las debidas proporciones. Dijo también que la acompañara a casa de su abuelita porque
necesitaba de mí un favor muy especial. Batí la cola todo el camino. El corazón me sonaba como una
l
silenciador. Corrimos. El sudor inundó su ombligo, redondito y profundo, la perfección del universo. Tan pronto
llegamos a la casa y pulsó el timbre, me dijo:
Abrí tamaños ojos.
—Vamos, hazlo ahora que tienes la oportunidad.
No podía creerlo.Le pregunté por qué.
—Es una abuela rica —explicó—. Y tengo afán de heredar
fue por hambre. La policía se lo creyó y anda detrás de mí para abrirme la barriga, sacarme a la abuela, llenarme
de piedras y arrojarme al río, y que nunca se vuelva a saber de mí.Quiero aclarar otros asuntos ahora que tengo
su atención, señores. Caperucita dijo que me pusiera las ropas de su abuela y lo hice sin pensar.
bien con esos anteojos. La niña me llevó de la mano al bosque para jugar y allí se me escapó y empezó a pedir
auxilio. Por eso me vieron vestido de abuela. No quería comerme a Caperucita, como ella gritaba. Tampoco me
gusta vestirme de mujer, mis debilidades no llegan hasta allá. Siempre estoy vestido de lobo
Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de m
Aparte de la policía, señores, nadie quiere saber de mi
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Respuesta:
xde
Explicación:
JAJAJAJAA
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Y me dejó tirado en el camino, quejándome.
Así era ella, Caperucita Roja, tan bella y tan perversa. Casi no le perdono su travesura. Demoré mucho para
perdonarla: tres días. Volví al camino del bosque y juro que se alegró de verme.
—La receta funciona —dijo—. Voy a venderla.
Caperucita RojaY con toda generosidad me contó el secreto: polvo de huesos de murciélago y picos de