Castellano, pregunta formulada por santiago88526, hace 8 meses

escuela un hecho el que más te guste y escribe una historia en la que intervenga ese derecho atención doy Corona al que me la resuelva y 40 y 45 puntos​

Respuestas a la pregunta

Contestado por maki01
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Respuesta:

Enrique se tardó un par de meses más de lo esperado en caminar, sin  embargo a nadie en la manada le causó demasiada preocupación. Sabían  desde siempre que todo iba a ser distinto con él. Enrique aterrizó en este  mundo con una de sus patas delanteras más larga que las demás y la trompa  visiblemente corta.  Cuatro meses después la matriarca de la manada y la madre de Enrique  tuvieron una charla muy seria cuando notaron que, aunque ya era el  momento adecuado, no salían sonidos coherentes de su boca y se  aproximaba el momento de dejar la leche materna y empezar a comer hojas, frutos y cortezas de árboles. La verdad es que Enrique era un elefantito amoroso que se llevaba muy bien con las otras crías, pero tenía momentos  duros, de rabietas incontrolables que ninguno era capaz de explicar. También tenía momentos en que resultaba imposible que participara de las  actividades grupales, como los baños de arena que tanto disfrutaban los  demás.  Todas las hembras de la manada estuvieron de acuerdo cuando su líder les  comunicó que iban a comenzar más temprano su marcha anual. El ritmo  extraño de los pasos de Enrique los iba a obligar a tardar más de lo habitual  en llegar a su destino: los grandes depósitos de agua, a 57 kilómetros de  distancia, al otro lado de la sabana. Y aunque a algunos machos jóvenes no  les gustó tanto la noticia, los 20 elefantes de este grupo se dispusieron a  sacarle ventaja a la sequía y emprendieron el camino que varias  generaciones de los suyos habían recorrido cada año.  Enrique caminaba despacio y se distraía con facilidad. Entender lo que  quería era una tarea diϐícil que su madre tuvo que aprender sobre la marcha  y que se complicaba en medio del camino, cuando las leonas, las hienas o los  humanos rondaban la manada. Y, aunque Enrique tenía algunas diϐicultades y no había aprendido a barritar  correctamente, todos sabían que era importante empezar a enseñarle las  tareas que le permitirían sobrevivir en su vida adulta, por eso se tomaban el  tiempo necesario para mostrarle cómo identiϐicar los olores del peligro en la  sabana, a estirar su trompa cortita para alcanzar las ramas bajas de los  árboles, a usarla con cuidado para acariciar a su mamá y a sus amigos y, por  supuesto, para jugar con los otros elefantitos sin lastimarlos con su increíble  fuerza.  Un elefante pequeño que camina muy despacio y que expresa lo que siente  de una manera distinta a todos los demás es presa fácil y los depredadores  saben detectar las debilidades de otros animales, por eso fue necesario que  este grupo de elefantes se organizara para llevar a Enrique caminando en el  centro de la manada, aunque las crías de su edad preguntaran  constantemente el por qué de la preferencia y hasta lloraran cuando no los  dejaban ocupar ese sitio tan especial entre sus parientes.  La vieja elefanta que los lideraba sabía muy bien que Enrique merecía esos y  todos los cuidados que fueran necesarios –si de algo estaba orgullosa era de  no haber abandonado nunca a uno de los suyos en medio de estas largas  caminatas en todos los años que llevaba al frente del grupo y así lo explicaba  cuando se detenían por las noches a descansar.  Caminaron durante muchos días y vieron pasar a otras manadas a mayor  velocidad, pero ninguno de los elefantes de la familia de Enrique pretendió  acelerar el paso y todos se detuvieron cuando hizo falta para que su mamá y  las otras elefantas lograran calmarlo cuando enfurecía sin una razón clara, para separarlo de otras crías cuando no lograba controlar la fuerza de su  trompa o para seguirlo entre los arbustos y enseñarle a seguir las reglas de  la manada cuando Enrique se desviaba sin control concentrado en seguir  pequeños insectos que llamaban irremediablemente su atención o en busca  del origen de olores que solo él percibía.  Nadie pretendía que hablara igual que los demás o que caminara más rápido  y la manada entera llegó dos semanas después que todas las demás a los  depósitos de agua, con Enrique dando pequeños saltos, gruñendo en su  peculiar estilo y encabezando el desϐile de una familia que tenía bien clara la  importancia de comprender la diferencia y de atender con amor las  necesidades de todos y cada uno sus miembros.

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