Escribo mi propio ensayo literario a partir del tema “la creatividad poética”.
Respuestas a la pregunta
Respuesta: El estudio de la literatura simbolista -y especialmente de la poe sía- nos tiene acostumbrados a elucubraciones históricas, teóricas y descriptivas, más brillantes unas que otras, más repetitivas algunas, que buscan dilucidar el cuándo, el porqué y el para qué de un tipo de tematización y de expresividad. Raramente se plantea lo que, a la hora de la verdad última, constituye la literatura, es decir: la propia escritura, ya sea en el sentido barthesiano, ya en el más terreno y de taller que sería el sentido inmediato y práctico de la elección y la combinación de los términos o de la ordenación de los conceptos.
El poema simbolista es sobre todo expresión. No hay modo de resumir su contenido, lo que el poema dice en su superficie y literalidad, tal y como pretenden esos descabellados libros sobre el comentario de textos que hi cieron fortuna en la enseñanza a partir de los años sesenta del siglo pasado. El contenido del poema simbolista es el propio poema. Incluso podríamos decir que es el propio poema haciéndose. Claro que, en ocasiones como la que vamos a ver, el poema, junto a otros, va creando un mundo propio, suyo, no del poeta, que cada uno va expresando parcialmente. La referencia, entonces, es ese mundo que en su totalidad nos daría a conocer el libro o la Obra, con mayúscula.
En cualquiera de los dos casos, poema, libro u obra exigen que el poe ta adopte unas decisiones formales, unas elecciones léxicas, unas opciones sintácticas y, también, unas estrategias simbólicas que manifiestan tácticas metafóricas. Todo esto está mucho más acá de las teorizaciones, las cuales podemos calificar de metafísicas por permanecer más allá y lejos de la ac ción real de escritura.
El resultado de una batalla puede depender de la rapidez con que los soldados cambien el peine gastado del fusil, más que de la genialidad or ganizativa del general. Así, la teoría del simbolismo llega a hablarnos de la creación de un lenguaje segundo que permita la expresión de la interiori dad, gracias a la capacidad sugeridora de la lengua. ¿Pero cómo teorizar lo que sólo es producto de una práctica concreta y pocas veces repetible?
Hace años, un profesor de amplio saber y de experiencia quiso llevar a cabo, en una universidad española, una explicación similar a la famosa que Gustave Cohen realizase en la Sorbona de Le cimetière marin. No vuelvo ahora sobre el caso francés, pero sí sobre el español. El profesor, que ha fallecido hace poco, justificaba la razón de una palabra en el poema español comentado y cómo ésta repercutía en la totalidad. Alababa luego la sabidu ría del poeta. Éste, modestamente, daba las gracias, pero confesaba que en un borrador había primero escrito otro vocablo, que sustituyó simplemen te para evitar una rima interna.
Se podrá argumentar que la experiencia escritora acumulada e inte riorizada por el poeta le permitió elegir entre las distintas posibilidades, y esto sin duda es cierto. Pero, de todas formas, ¿cómo teorizar cuándo y por qué mantener o suprimir la rima interna? Y, sobre todo, ¿de qué manera teorizarlo antes?, porque a posteriori resulta mucho más fácil encontrar justificaciones. El famoso verso "un no sé qué que quedan balbuciendo", del Cántico espiritual, de Juan de la Cruz, es un hallazgo prodigioso. ¿Mas cómo teorizarlo con anterioridad, cómo prever lo que sea un logro y no una ca cofonía antiestética? La eliminación de la rima interna o el mantenimiento de la aliteración son ejemplos del modo en que un acto más o menos ca prichoso puede organizar un poema durante el proceso de escritura, por encima de las intenciones iniciales del poeta.
En el prólogo que Paul Valéry escribiese a la hora de publicarse el co mentario de Cohen, pueden leerse algunos argumentos que permiten no extrañarse de la respuesta que diese el poeta español. El autor de El cemen terio marino dice tener
el recuerdo de mis intentos, de mis tentativas, del desciframiento in terior de esas inspiraciones verbales, imperiosísimas, que imponen de repente una determinada combinación de palabras; como si esa agru pación que se nos viene a la mente poseyera no sé qué fuerza intrínseca [...] que a veces puede constreñir la mente a desviarla de sus planes y al poema a ser algo totalmente distinto de lo que iba a ser y de lo que se pensaba que debiera ser