Escribir todo lo que se te ocurra (ideas principales del texto) sobre El espacio privado ya no es un espectáculo, ni un secreto.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Las golondrinas:
Las golondrinas aparecieron en el horizonte, se fueron acercando y comenzaron a describir círculos por encima de la casa de Isidro. Luego su vuelo fue vertiginoso; unas veces se elevaban más rápidas que una saeta, otras se dejaban caer como plomo, y al rozar la hierba se deslizaban por encima del prado con loca velocidad, tocando las florecillas con la punta de sus alas y cantando:
¡Pi, piu; pi, piu; pi, pi!
¡El buen tiempo ya está aquí!
Al oírlas, el gallo, siempre desdeñoso por exceso de orgullo, se atufaba, enderezaba sus patas, estiraba el cuerpo, alargaba el cuello, abría desmesuradamente el pico y cantaba contestando a las golondrinas:
¡Quiquiriquí!
¿qué me cuenta V. a mí?
El pavo convertía su cola en abanico, agitaba todas sus plumas, se ahuecaba, su cresta colgante tomaba matices blancos, azulados y rojos; en una palabra, se daba una pavonada, y exclamaba:
¡Garú, garú, garó!
¡El mal tiempo ya pasó!
Las golondrinas continuaron su vuelo errante y vagabundo sin hacer caso del orgulloso gallo ni del vanidoso pavo; poco a poco se fueron acercando a la casa, pasaron tocando sus nidos, que se conservaban pegados al alero del tejado; algunas alargaron el pico y hasta metieron la cabecita dentro del agujero del nido; y como con su alegría creciese el canto, no se oía otra cosa en el espacio que
¡Pi, piu; pi, piu; pi, pi!
¡El buen tiempo ya está aquí!
Otras golondrinas se aproximaban al alero, tocaban las piedras de la fachada con sus picos y se alejaban para volver otra vez. Los hijos de Isidro las estaban observando y decían:
-Mira, mira, cómo construyen nuevos nidos.
Y aquella edificación maravillosa fue progresando y aparecieron otros nidos; y luego se metieron en ellos las golondrinas, empollando sus huevos y esperando el instante dichoso para ellas en que las pequeñitas rompieran la cáscara y asomando sus piquitos dijeran:
¡Madre, madre! ¡Pi, pi, pi!
¿Hay comida para mí?
Mientras llegaba el feliz momento, las golondrinas permanecían en sus nidos sin que nadie las molestara, pues Isidro había dicho a sus hijos que las golondrinas purifican la atmósfera comiéndose los insectos y alegran el ánimo con su vuelo y su canto, sin pedir, en cambio, otra cosa al labriego sino que las permita embellecer su morada colgando sus nidos debajo de las ventanas y de los aleros. Si queremos ser exactos, hemos de decir que había quien molestaba a los pájaros, que si de día estaban tranquilos, en cambio muchas veces veían interrumpido su sueño durante la noche. Entonces asomaban la cabeza fuera del agujero del nido; abrían sus negros, brillantes y redondos ojos y decían:
-¡Dichoso perro!
El dichoso perro se llamaba Inquieto, nombre que le habían puesto porque no podía estarse un momento parado. Cuando tomaba el sol, tendido en la era, daba guerra a las moscas y mosquitos pegando dentelladas por cogerlos, y al dormir gruñía por no estarse callado. Si por casualidad veía un gato, echaba a correr tras él ladrando como un desesperado. En cuanto atisbaba un pájaro, de un salto procuraba darle alcance; pero mayor era la rapidez del pájaro en escapar que la de Inquieto en acometerle. Al verse burlado se paraba al pie del árbol donde aquél se había refugiado, escarbaba la tierra, y entre gruñidos y ladridos se pasaba buen rato, hasta que se había cansado tontamente. Pero todo esto nada era comparado con lo que ocurría al ver la luna. El perro la tenía guerra declarada y la ladraba hasta desgañitarse; y lo más chistoso era que creía intimidarla, pues cuando la luna estaba en el cuarto menguante y perdía su redondez hasta desaparecer, decíase que se había espantado de sus ladridos y que no se atrevía a asomarse por encima de las montañas. Su vanidad veíase contrariada cuando la luna entraba en el cuarto creciente, y entonces vuelta otra vez a los ladridos, a las carreras y a los saltos por cogerla; pues nada menos que coger la luna se había propuesto Inquieto.
Mientras tanto las golondrinas seguían empollando sus huevos; y una mañana, poco después de haber salido el sol, la madre oyó un ruido que hizo saltar de gozo su corazón en el pecho. Eran los pequeñuelos que picoteando la cáscara decían:
-Madre: aquí estamos.
-Bien venidos, hijos míos, contestó la golondrina, ayudando con mucho cuidado a romper el cascarón a los más débiles. Y aparecieron los pequeñuelos, desnuditos, casi con tanta cabeza como cuerpo, pero con más boca que cabeza, pues la abrían desmesuradamente.
-Esperad un momento, les dijo la madre.