escribimos una carta a mi profesor reflexionando sobre la educación a distancia ante el covid-19
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Ante las condiciones de distancia y aislamiento impuestas por el Covid-19 han surgido numerosas demandas y propuestas para virtualizar la educación y con ello numerosas problemáticas: estudiantes y docentes que carecen de dispositivos y conectividad a Internet o que deben compartir dispositivos tecnológicos; docentes que reportan no poder acceder a los contenidos televisivos o la gran dificultad de compaginar las actividades escolares con las actividades domésticas, todo ello en un contexto de estrés e incertidumbre.
Este texto surge de la observación de esas dificultades y del comentario de una colega quien se percató de que, ante estas problemáticas, proliferan las propuestas de hacer una educación a distancia con rapidez, como si de cambiar un “switch” se tratara; como si se pudiera reducir a enviar muchas tareas a los alumnos o pedirles que se conecten uniformados a cierta hora ante la cámara para pasarles lista de asistencia como se suele hacer en el aula presencial. Diferentes niveles educativos e instituciones enfrentan la dificultad de construir esta educación a distancia o virtualizar la educación. En la Facultad en la que trabajo también está ocurriendo este debate sobre cómo adaptar los contenidos, las clases y las evaluaciones presenciales a la modalidad a distancia ante la pandemia. Surge la preocupación de que los docentes solo envíen trabajos a los alumnos en vez de “darles clase”, pero también los argumentos que atinadamente señalan que el mismo riesgo enfrentan tanto la educación a distancia como la presencial.
He sido docente a distancia por ocho años. He conocido a estudiantes madres de familia que hacen sus tareas en las noches o madrugadas, tienen sesiones de chat mientras sus hijos cenan o mientras vigilan la lavadora. He observado las dificultades de los estudiantes para adquirir o reparar un equipo de cómputo, o enfrentar la lamentable pérdida de este ante un robo. Varios de mis estudiantes han cursado sus semestres entrando una vez a la semana a Internet desde la comunidad rural en la que trabajan o viven, y otros más, se han “colgado” de alguna red para poder hacer sus envíos. Todos ellos son estudiantes que han aceptado participar de una modalidad educativa que les demanda equipo de cómputo y conectividad, pero cuyas circunstancias no siempre les garantizan esta condición.
Ante las condiciones actuales, he visto de manera reiterada en publicaciones, foros y redes sociales un cuestionamiento constante en la educación: ¿qué hacer? Proliferan las recetas, los 10 consejos rápidos, los tips para hacer educación a distancia. Se dictan propuestas nacionales, se configuran plataformas y programas de radio y televisión para niños, docentes, padres y madres de familia de todo el país. Los documentos nacionales hablan de garantizar la equidad, pero aún se desconocen las acciones para niños, padres y docentes que carecen de equipos y conectividad; o de aquellos jóvenes que no son nativos digitales como se suele pregonar indiscriminadamente (Guerrero, 2019). Pero ¿qué no alcanzamos a ver en medio de esta urgencia de seguir con las actividades formativas como si el contexto de estrés que genera una pandemia de este tipo no existiera? ¿qué tendría que compartirnos la educación a distancia si esta hablara?
No es el propósito de este texto ofrecer recetas o soluciones rápidas; en cambio, pretendo compartir algunos aspectos para reflexionar que surgen de enfrentar mi trabajo cotidiano a distancia en medio de la pandemia.
La denominación educación “a distancia” intenta enfatizar el uso de algún tipo de mediación tecnológica, pero también conlleva la posibilidad de sugerir la separación, digna de cuestionamiento, entre el docente y el estudiante (García, 2014). El término “a distancia” se une a muchos otros presentes en la jungla terminológica que forma parte del mercado relacionado con estas nuevas tecnologías (García, 2014). Si bien es pertinente señalar que en la actualidad podría hablarse más de virtualización de la educación que de educación a distancia (Cfr. Rosa María Torres en COMIE, 2020); también se podría aludir al razonamiento de Emilia Ferreiro, quien ante la pluralidad de clasificaciones de la alfabetización: informática, académica, hasta beisbolística, invita a pensar en UNA alfabetización, a secas. ¿Podríamos pensar en una educación, más allá de las denominaciones o modalidades? ¿Podríamos pensar en la educación que el Covid-19 nos está obligando a crear y recrear?
Explicación: espero te ayude