escribe un CUENTO de 15 renglones sobre la guerra de los mil días
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Respuesta:
El 15 de mayo de 1903, en horas de la noche, estudiaba la niña de 13 años, Magdalena Herrera, interna única en el colegio capitalino de las Srtas. Rubiano, cuando fue interrumpida por Ema Pinillo, empleada de unos 17 años, blanca con los cachetes rosados, colombiana, quien le dijo: “oye, acaban de matar a un cholo de Coclé”. Magdalena saltó de su puesto, muy nerviosa, ya que ella era oriunda de Coclé.
Su padre Don Ángel María Herrera, la había dejado estudiando en el Instituto de las Srtas. Matilde y Rosa Elena Rubiano ya que el había partido para Bogotá donde iba a ocupar un escaño en el Senado Colombiano.
¿No sabes quién es ese cholo? preguntó la niña. “Claro que si, y se más”, respondió Ema. “Lo fusilaron a las 5 de la tarde en las Bóvedas y se llamaba Victoriano Lorenzo.”
La niña permaneció pensativa y con la mirada puesta en un punto lejano. Ema, observando que la niña estaba intranquila, se preocupó y le preguntó: “¿Y a ti, qué te pasa?” La niña le dijo “Si me prometes no decirle a las Srtas. Rubiano que no estudié, te cuento algo”. Ema, curiosa ante la reacción de la niña, accedió a callar y escuchó.
“Ese hombre” dijo Magdalena, “me sacó a mí, a mi madre, a mi tía, a mi abuelita nonagenaria y a mi hermanito Clodomiro de dos meses, a mis primas Inés y Amalia Herrera, y a la amiga Olivia Guardia, de nuestra casa de Penonomé porque la querían usar para cuartel.”
“Era en las horas de la tarde y yo estaba en la cocina siguiendo con interés los preparativos de la cena. Hacían un arroz en un pote de barro grande con brazos, sobre un fogón de barro. Había también plátano maduro, yuca y carne asada. Yo tenía mucha hambre.”
“En la casa no había hombres. Estábamos en la Guerra de los Mil Días, que se libraba entre liberales y conservadores, y mi padre y mis tíos, conservadores o godos como les llamaban, habían abandonado Penonomé, sus negocios y sus familias, temiendo por sus vidas y se habían ido a la capital, Panamá, buscando protección.”
“En unas tres ocasiones, a horas tarde en la noche, ya se habían acercado a la casa tenientes liberales, diciendo que nos fuéramos, que querían la casa para cuartel. En cada ocasión, mi tía y madrina Juana de Dios, única mujer entre los hermanos Ángel María, Clodomiro y Antonio Herrera Hernández, salía a recibirlos y les decía que en la casa había una señora nonagenaria, de 92 años, que no caminaba, ni veía, ni oía bien, y que a esas horas no se le podía mudar.
Pero aquella tarde llegaron resueltos a mudarnos y así lo hicieron. Juana de Dios, era la más valiente de mis familiares adultas, ya que mi mamá Tomasa temblaba, pero no pudo disuadir a los soldados liberales. En corto tiempo nos encontrábamos todos en la calle.
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