Escribe las 7 Virtudes Marianas que el Papa Pablo VI nos mencionó
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Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Humildad2 (latín, humilitās) contra el pecado de soberbia.
Generosidad3 (latín, generōsitās) contra el pecado de avaricia.
Castidad4 (latín, castitās) contra el pecado de lujuria.
Paciencia5 (latín, patientia) contra el pecado de ira.
Templanza6 o temperancia7 (latín, temperantia) contra el pecado de gula.
Caridad8 (latín, caritas) contra el pecado de envidia.
Diligencia (latín, dīligentia) contra el pecado de pereza.
Explicación:
Respuesta:
1. Habiendo Jesucristo fundado su Iglesia para que fuese al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación, se ve claramente por qué a lo largo de los siglos le han dado muestras de particular amor y le han dedicado especial solicitud todos aquellos que se han interesado por la gloria de Dios y por la salvación eterna de los hombres; entre éstos, como es natural, brillan los vicarios del mismo Cristo en la tierra, un número inmenso de Obispos y de sacerdotes y un admirable escuadrón de cristianos santos.
2. Cuando, por la gracia de Dios, tuvimos la dicha de dirigiros personalmente la palabra, en la apertura de la segunda sesión del concilio ecuménico Vaticano II, en la fiesta de San Miguel Arcángel del año pasado, a todos vosotros reunidos en la basílica de San Pedro, os manifestamos el propósito de dirigiros también por escrito, como es costumbre al principio de un pontificado, nuestra fraternal y paternal palabra, para manifestaros algunos de los pensamientos que en nuestro espíritu se destacan sobre los demás y que nos parecen útiles para guiar prácticamente los comienzos de nuestro ministerio pontifica
3. Podemos deciros sin más, venerables hermanos, que tres son los pensamientos que agitan nuestro espíritu cuando consideramos el altísimo oficio que la Providencia —contra nuestros deseos y méritos— nos ha querido confiar, de regir la Iglesia de Cristo en nuestra función de obispo de Roma y, por lo mismo, de sucesor del bienaventurado apóstol Pedro, administrador de las supremas llaves del reino de Dios y vicario de aquel Cristo que hizo de él el pastor primero de su grey universal; el pensamiento, decimos, de que ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe explorar, para propia instrucción y edificación, la doctrina conocida, y este siglo estudiada y difundida, acerca de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misión, de su propao suerte final; pero doctrina nunca suficientemente estudiada y comprendida, ya que contiene la dispensación del misterio escondido por siglos en Dios.
4. De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como su esposa suya santa e inmaculada (Ef 5, 27))— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta, fiel, por una parte, con la gracia divina a las líneas que su divino Fundador le imprimió y que el Espíritu Santo vivificó y desarrolló en el curso de los siglos en forma más amplia y más en consonancia con el concepto inicial, y por otra, a la índole de la humanidad que iba ella evangelizando e incorporando; pero jamás suficientemente perfecto, jamás suficientemente bello, jamás suficientemente santo y luminoso como la querría aquel divino concepto animador. Brota, por tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior frente el espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí. El segundo pensamiento, pues, que ocupa nuestro espíritu y que quisiéramos manifestaros, a fin de encontrar no sólo mayor aliento para emprender las debidas reformas, sino también para hallar en vuestra adhesión el consejo y apoyo en tan delicada y difícil empresa, es ver cuál es el deber presente de la Iglesia de corregir los defectos de los propios miembros y hacerlos tender a mayor perfección y cuál es la vía para llegar con sabiduría a tan gran renovación.
5. Nuestro tercer pensamiento, y ciertamente también vuestro, nacido de los dos primeros ya enunciados, es el de las relaciones que actualmente debe la Iglesia establecer con el mundo que la rodea y en medio del cual vive y trabaja.
6. Vosotros mismos echaréis de ver que este sumario plan de nuestra encíclica no contempla el estudio de temas urgentes y graves que interesan no sólo a la Iglesia, sino a la humanidad, como la paz entre los pueblos y clases sociales, la miseria y el hambre que todavía afligen a enteras poblaciones, el acceso de las naciones jóvenes a la independencia y al progreso civil, las corrientes del pensamiento moderno y la cultura cristiana, las condiciones infelices de tanta gente y de tantas porciones de la Iglesia a quienes se niegan los derechos propios de ciudadanos libres y de personas humanas, los problemas morales acerca de la natalidad y así otros. Ya desde ahora decimos que nos sentiremos particularmente obligados a volver no sólo nuestra vigilante y cordial atención al grande y universal problema de la paz en el mundo, sino también el interés más asiduo y eficaz.
7. Pensamos que es deber de la Iglesia ahora ahondar en la conciencia que ella tiene que tener de sí, en el tesoro de verdad del que es heredera y custodia y en la misión que ella debe ejercitar en el mundo.