escribe la historia de una casa donde se exprese la tristeza, la depresión.....
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La inteligencia emocional también se puede tratar a partir de los cuentos infantiles. Se trata de enseñar a los niños a identificar y ponerle nombre a aquello que siente en cada momento. Este cuento corto, titulado 'Barón y el niño que estaba triste', habla sobre la tristeza y la alegría. Puede ser una tierna excusa para empezar a trabajar con los niños algunas de las emociones más básicas. Tras la historia te proponemos más juegos y actividades complementarias.
Barón tenía las patas anchas, el hocico marrón y las orejas muy grandes; era un perro muy alegre que siempre estaba moviendo la cola, y el único de la casa que en los últimos meses lograba sacar una sonrisa al pequeño. Lo encontraron abandonado dentro de un contenedor de basura y se lo llevaron a casa con tan solo unos días de vida; desde entonces se convirtió en el mejor amigo de juegos de Elías.
Últimamente Elías siempre estaba triste. El niño sabía que algo le pasaba pero era incapaz de explicarlo, y eso lo hacía sufrir terriblemente. Tenía una opresión en el pecho y sentía que a veces se ahogaba, pero no sabía cómo contárselo a sus padres.
- ¿Qué te pasa cariño? - le preguntaba preocupada su madre.
- ¡Puedes confiar en nosotros! - le repetía una y otra vez su padre; pero Elías era incapaz de explicar lo que le sucedía, aunque en su interior pedía a gritos que lo ayudaran.
El perro daba grandes lametazos a Elías cuando lo veía triste para consolarlo; pero el niño lo apartaba de su lado encerrado en su mundo.
Al poco tiempo Barón amaneció enfermo; se quejaba lastimeramente y no abría los ojos. Elías y sus padres preocupados lo llevaron enseguida al veterinario.
- Barón no tiene ninguna enfermedad que le cause estos trastornos - dijo muy seguro de sí mismo.
Los tres lo miraron ansiosos esperando que les dijera qué le pasaba a Barón.
- Este perro está muy triste, hay algo que lo hace sentir así - sentenció el veterinario.
Los tres se quedaron muy callados, y de vuelta a casa, Elías con Barón en sus brazos iba llorando en silencio en el sillón trasero del coche.
Elías se dio cuenta de lo que pasaba y quiso ayudar a Barón; lo acariciaba y abrazaba constantemente, y eso hizo que los dos se sintieran mejor.
Un día Elías agarró una pelota y se la lanzó al perro; hacía mucho tiempo que no jugaban juntos. Empezaron a corretear por el jardín como antes, y Barón comenzó a mover la cola, mientras que Elías, ante la felicidad de sus padres soltaba alguna carcajada de vez en cuando.
Con el tiempo, de igual manera que entró la tristeza en sus vidas, sin que apenas se dieran cuenta, también entró la alegría en sus corazones.