(escribe dos características) que estilo de vida influye a los jovenes la musica balada (corona al que me ayude).
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
«—Yo no sé si alguien podría vivir sin música.
—Yo creo que no.
—Yo creo que a todo el mundo le gusta la música, hay de tantos tipos que
uno u otro gustará a alguien.
—Desde que naces.
—A cada uno le gustará un tipo, a lo mejor, pero a todo el mundo le gusta.»
En un breve diálogo como el reflejado en la cita1, muchas de cuyas palabras
podrían ser puestas en boca de cualquier chico o chica sin que resultara extraño,
encontramos suficientes elementos de interés que justifican el necesario acercamiento a los lazos que unen, de manera casi inevitable, a los jóvenes y la música.
Por un lado, porque se asume que la música es algo consustancial al ser humano,
que forma parte de él y le acompaña “desde que nace”, por lo que parece prácticamente imposible que nadie pueda negar su gusto por ella: no puedes negar algo
que forma parte de ti. Por otro lado, porque se establece una relación directa entre
los muy diversos tipos de música y las distintas personas: por muy diferentes que
sean las personas, siempre existirá algún tipo de música que se adapte a cada
cual, a sus gustos, a su forma de ser, a sus búsquedas o inquietudes. En definitiva,
y haciendo un ejercicio de condensación, podríamos decir que la música forma
parte de la persona y, de uno u otro modo, la retrata. Por ello, un retrato de los
jóvenes no estará completo si no consideramos entre los elementos a analizar a uno de los que ellos mismos asumen como más cercano: la música. En torno a
estas ideas girarán muchos de los asuntos que abordará este trabajo de investigación. Vayamos por partes.
El acto de escuchar música, cualquier tipo de música, es absolutamente personal
e intransferible. Independientemente de que lo escuchado sea también escuchado
por decenas, centenas, miles o millones de personas más, sólo cada cual experimentará la escucha de la manera en que lo hace. Es así porque, más allá de los ritmos, melodías y mensajes que componen la pieza musical, cada cual establecerá
su relación con la música escuchada desde sus propios puntos de partida y condicionantes (sensibilidades, conocimientos, sentimientos, estados de ánimo, capacidades, problemas…), entablando un diálogo con la misma en la que ambas partes
contribuyen de igual forma a dotar de significado al conjunto: los sentimientos y
sensaciones provocados, los pasajes o personas evocados, no sólo serán absolutamente personales e intransferibles, sino que, en muchísimas ocasiones, serán difícilmente verbalizables. Incluso los elementos concretos señalados (ritmo, melodía, letra), elementos que podrían decirse objetivos (el ritmo es el que es, la melodía es la que es, la letra es la que es), pueden ser sentidos o percibidos de distintas
maneras por cada oyente: ni todo el mundo se mueve igual al son de los mismos
ritmos, ni a todo el mundo le resuenan igual las mismas melodías, ni todo el
mundo interpreta igual las mismas letras.
Como señalábamos en La identidad juvenil desde las afinidades musicales (Megías y Rodríguez, 2001), publicación que estará presente a lo largo de todo este
trabajo por situarse en el origen del mismo (aunque desde una perspectiva cualitativa), desde este plano individual de la relación con la música se establece una
conexión hacia dentro: lo que la música dice de mí por tener que ver conmigo.
Asumir esta idea le confiere especial relevancia a la manifestación de los gustos
personales, no sólo en música, sino respecto a cualquier otra cosa. Si los gustos
tienen que ver con la manera en que cada cual establece sus vínculos (desde sus
propias características, sus propios condicionantes y sus propias expectativas) con
las cosas que le rodean, el conocimiento de tales gustos se convertirá en un elemento importante a la hora de acercarse y decodificar algo más a la persona que
manifiesta los mismos. Como señala Simon Frith, que ha dedicado gran cantidad
de páginas a recalcar la importancia que la manifestación de los gustos y el establecimiento que los juicios de valor tienen a la hora de conocer a la persona que
los hace, “asumimos que podemos llegar a conocer a alguien a través de sus gustos (mirando las estanterías de libros y discos de alguien la primera vez que los
visitamos, esperando nerviosos por ver qué dice una cita al salir del cine o de un
concierto). Los juicios culturales, en otras palabras, no son simplemente subjetivos, son autorreveladores” (Frith, 1996; p. 5).
Explicación:
paz y diversión
creo q eso