Escriba el nombre de los lugares que aparecen en este capitulo
El Adelantado y su Secretario se encerraron para despachar los negocios del gobierno, y doña Leonor
hizo llamar a su amiga doña Juana de Artiaga, antigua y única depositaria de aquel secreto, guardado por
tanto tiempo y, que a la sazón había dejado de serlo para todas las personas que componían la pequeña corte
de los Gobernadores de Guatemala.
Veamos lo que pasaba entretanto, en la cámara de la señora Adelantada, donde estaban empeñados en
conversación doña Beatriz y el Licenciado de la Cueva. Referiremos fielmente el diálogo de los dos
hermanos:
-¿Y creéis que se ejecutará esa decisión -preguntaba doña Beatriz-, y que eso facilitará en alguna manera
la realización de nuestros proyectos?
-En cuanto a la ejecución, hermana mía, contestó don Francisco, no hay en ello la menor duda. Todo
está dispuesto para que tenga lugar pasado mañana la reunión de la nobleza en las Casas consistoriales;
hemos procurado que el acto tenga grande aparato, a fin de que la humillación del orgulloso Portocarrero
sea aún más completa.
-¿Y no teméis que él se niegue a dar la satisfacción?
-No. Con magnanimidad, aparente sin duda, se ha sometido a la sentencia y ofrece dar la satisfacción,
confesando haberse conducido como mal caballero. En cuanto a la influencia que ese incidente deba ejercer
en el ánimo de doña Leonor, espero será grande. Es altiva y pundonorosa hasta el extremo, y Portocarrero
perderá mucho en su estimación. Por lo demás, pienso que la inclinación que le profesa, no debe ser aún
muy profunda, y que vuestro influjo y el respeto de su padre acabarán de decidirla.
-Don Francisco, replicó doña Beatriz, no contéis demasiado con lo que el Adelantado y yo podamos
hacer. Leonor se ha mostrado hasta hoy rebelde a nuestros consejos, aunque siempre respetuosa. Ella nos
había ocultado constantemente ese secreto, que una casualidad ha venido a revelarnos, e insiste en volver a
Castilla, para tomar el velo. Es necesario valerse de otros medios.
-Varios he tentado, dijo don Francisco. Melchora —44→ Suárez, a quien maneja Robledo, trabaja
activamente en el ánimo de su señora; pero hasta hoy nada ha obtenido. Esperemos a ver el resultado de la
escena de pasado mañana.
-No os fiéis mucho de eso, dijo doña Beatriz. Leonor es caprichosa y rara; y no será extraño que en vez
de considerar deprimido a Portocarrero, aumente su afecto una persecución que ella cree injusta. Es necesario
buscar otro arbitrio para destruir esa inclinación.
-Hablaré de esto a Robledo. La imaginación de ese hombre es fecunda para esa clase de expedientes.
Todo el secreto estriba en excitarla a fuerza de oro. Voy a aguardar que concluya el despacho y conferenciaré
con él.
Dicho esto, se levantó don Francisco, y despidiéndose de doña Beatriz, pasó al gabinete en que trabajaba
Robledo, y aguardó a que concluyese con el Gobernador. Preocupado don Pedro por sus asuntos de familia,
dio aquel día menos atención que la acostumbrada tarea escriba el nombre de los lugares que aparecen en
este capítulo a los negocios del Gobierno; escuchando distraído la lectura de varias cartas y memoriales
importantes, que el astuto Secretario sometió a la consideración de su señor, aprovechando la ocasión de
obtener con poca dificultad lo que otra vez habría sido objeto de una meditación más detenida. Obtuvo para
diversas solicitudes un buen despacho, que sabía iba a ser generosamente retribuido por los interesados; y
satisfecho con aquel triunfo, que dulcificaba en parte la amargura del desprecio con que lo había tratado un
momento antes la hija del Adelantado, salió del gabinete del Gobernador y se dirigió al suyo, en donde tuvo
con don Francisco de la Cueva la conversación de que daremos cuenta a nuestros lectores en el siguiente
capítulo.
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