Escriba 3 aspectos semejantes del proceso de independencia de Estados Unidos y el proceso de independencia de nuestro país.
Respuestas a la pregunta
El concepto de una “historia común” de las Américas, que gozó de un breve apogeo hace poco más de medio siglo1, está hoy decididamente pasado de moda salvo en la retórica de eventos tales como el Día Panamericano y ocasiones similares. Pero si alguna vez el hemisferio compartió alguna experiencia histórica se podría argüir razonablemente fue a fines del siglo XVIII y principios del XIX, cuando las colonias americanas una después de otra empezaron a romper los lazos que las ligaban al poder europeo. Lo común de la experiencia resultaba absolutamente evidente para los que en aquella época aclamaban uno u otro de los varios “Washingtones del sur”, que activamente emulaban los acontecimientos gloriosos hechos de ese mismo “Bolívar (o San Martín) del norte”. No todos los contemporáneos, es cierto, admitían la exactitud del paralelo y posteriormente la historiografía aceptó la presencia de numerosas diferencias. Sin embargo, pareciera que los distintos movimientos independentistas tenían al menos algo en común para permitir alguna comparación significativa por la cual la caracterización tanto de las diferencias como de las semejanzas serviría para clarificar nuestra comprensión de todos ellos.
Para empezar, deberíamos observar que el impulso independentista no era de alcance hemisférico. No solamente había, por todas partes, quienes apoyaban la continuidad del gobierno colonial, sino que en algunas colonias su causa tuvo éxito. El Canadá británico no siguió el ejemplo de sus vecinos del sur, y las españolas Cuba y Puerto Rico se convirtieron en bases seguras para las acciones de las fuerzas realistas que operaban en el continente americano. En las Antillas francesas frecuentemente se sentían los destellos de los hechos revolucionarios de París, pero finalmente sólo Haití logró su independencia. Tampoco las Antillas británicas (o las holandesas, danesas o suecas i.e. las Antillas suecas de San Barthelemy que recién en 1877 pasaron definitivamente al dominio francés) rompieron las ataduras con sus respectivas metrópolis, aunque fueron profundamente afectadas por los distintos movimientos independentistas. Canadá se convirtió en objetivo de los ejércitos revolucionarios desde el sur, y las pequeñas islas del Caribe sirvieron como puestos de abastecimiento tanto para patriotas como para realistas además de haber dado figuras claves como Alexander Hamilton a la causa norteamericana y Luis Brion a la hispanoamericana. Desde un punto de vista comparado la no independencia de ciertas colonias sin duda ilumina lo que pasó en las otras y plantea interrogantes interesantes –por ejemplo ¿qué tenían en común Canadá con Cuba o Puerto Rico con St. Kitts que las hizo quedar rezagadas?– pero este tipo de cuestiones están más allá del alcance de este capítulo.
Lo que tenían en común todas las colonias –aún aquellas que en este momento no lograron su independencia– era un proceso de crecimiento social, económico y cultural que creó, en distintos grados, un sentido de identidad regional muy distinto del de la madre rio (como aquella de la que evidentemente gozaban las colonias inglesas) e hizo más fácil aceptar la opción por la independencia cuando otras circunstancias la pusieron a su alcance