¿Es Chile una sociedad laica o secularizada? ¿Por que?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
esearían poder explicar más allá de un simple “sí” o “no”. Lo que quiero decir es que ante una pregunta como esa caben más de las en apariencia dos únicas respuestas posibles, porque para no pocos hombres y mujeres la existencia de Dios –utilizando una imagen literaria de John Updike- se presenta como algo más bien borroso e incógnito, “como una cara a través del cristal empañado de un cuarto de baño”.
En efecto, entre aquellas dos respuestas más habituales –“sí, creo”; “no, no creo”- es posible identificar a lo menos cinco diferentes alternativas que se sitúan en distintos puntos de una extensa línea que se podría trazar entre aquel par de conclusiones extremas y excluyentes.
Dichas posiciones son la del que opta por suspender todo juicio acerca de la existencia de Dios; la del que duda de esta misma existencia; la del que cree sólo en la posibilidad de la existencia de un ser superior; la del que afirma la existencia de Dios, pero declara que este no es cognoscible por la mente humana; y, por último, la del que únicamente cree que cree.
La primera de aquellas posiciones –suspender todo juicio sobre la existencia de Dios- es la del que se considera agnóstico, esto es, de quien declara no saber, ni ser asunto posible de saber, si Dios existe o no. La respuesta que dio alguna vez Jorge Millas a la pregunta “¿qué pasa entre Dios y usted?” podría ilustrar esta posición: “Entre Dios y yo no ocurre nada”, respondió el filósofo. “Si me ha creado, no lo sé; si su Providencia me conserva, no lo noto. No conozco ni el temor de su justicia ni la confianza de su amor, ni la bendición de su misericordia. Digo “Dios” y me envuelven las tinieblas; pierdo al instante lo único que me salva del aturdimiento ante el misterio de la rutina del universo, que es mi pequeña capacidad de pensar”.
La segunda posición –todavía más alejada del puro y simple ateísmo, pero distante, a la vez, de la firme actitud del creyente- es la de un estado de duda o de indecisión ante Dios. Juan de Mairena, el fabuloso personaje imaginario de Antonio Machado, constituye un buen ejemplo de ella, como se desprende de su conocida sentencia: “A Dios, además de creer en Él y de negarlo, se puede también dudarlo”, frase esta que recuerda la ambigua pero sincera invocación del padre del epiléptico en el Evangelio de San Marco: “Creo, Señor, socorre mi incredulidad”.
En cambio, la tercera de las posiciones antes mencionadas cae más cerca de la del creyente, aunque no coincide del todo con esta: es la del que cree, aunque no propiamente en Dios, sino sólo en la posibilidad de que este exista. Tal nos parece, por ejemplo, la actitud que acabó teniendo el novelista inglés Graham Greene, quien preguntado por los motivos de su conversión al catolicismo respondió que “ante todo me era indispensable creer en la posibilidad de la existencia de Dios”.
La cuarta posición, es decir, la de aquellos que junto con afirmar la existencia de Dios declaran el carácter no cognoscible de este, correspondería a la de Hobbes, y también de Locke. Se trata aquí de creyentes silenciosos, no pontificadores, que se limitan a creer y a quienes no se les ocurriría argumentar a favor de su creencia.
En fin, hay todavía una quinta posición, que es la del filósofo Gianni Vattimo, quien dice que “cree que cree”, y que llama incluso a conformarse con eso –a creer que se cree y a no creer a ciegas-, puesto que sólo una fe débil como esa puede suavizar el mensaje y proceder de religiones que a lo largo de la historia se han comportado agresivamente con quienes no compartían su fe.
Quiero aludir ahora a la distinción entre “secularización” yExplicación: