ensayo de la evolución de las herramientas de la agricultura
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La agricultura, el añejo y noble arte de cultivar la tierra, ha sido la actividad creadora a través de las edades más importantes de Costa Rica y, es la que le ha impreso auténtica fisonomía a nuestra nacionalidad, manifestada en su modo de ser, en el tipo de sus instituciones y en las actitudes espirituales de su pueblo.
El conocimiento del proceso del desarrollo de nuestras actividades agropecuarias sumamente lento por largo tiempo, nos proporciona elementos de juicio suficientes para comprender la constitución de una estructura agraria en la época colonial, que fue básica para establecer una concepción de vida democrática, igualitaria y pacífica y para entender posteriormente los problemas que surgieron al correr de los años que han interferido en la aspiración nacional de que todos los habitantes disfruten de un mayor bienestar.
Conceptos que nos mueve a intentar hacer una síntesis de la evolución de la agricultura costarricense, bajo los siguientes títulos: Época Precolombina, Época Colonial, Época Colonial, Época Republicana y Época Contemporánea.
ÉPOCA PRECOLOMBINA
A la llegada de los españoles, nuestro país estaba habitado por unos 27.200 aborígenes pertenecientes a las razas de los chorotegas, huetares y bruncas. Recientes investigaciones aseguran que la población alcanzaba los 400.000 habitantes y que existían otros grupos étnicos, a más de los antes citados.
Ellos cultivaban fundamentalmente maíz, frijoles, yuca, batata, cacao, tabaco, algodón, pita y plantas frutales y medicinales. Practicaban también la cacería y la pesca. Se podría afirmar que con estos productos llenaban sus necesidades vitales.
Los aborígenes nuestros no alcanzaron el grado de civilización de los aztecas, mayas o incas, pero dominaban satisfactoriamente determinadas prácticas agrícolas. Posiblemente aprovecharon las innovaciones agrícolas que le llegaban del Norte y del Sur.
Nuestros antepasados constituían una organización tribal bajo la forma de sociedades cacicales. En cuanto a la propiedad de la tierra, algunos han creído ver en la pertenencia del cacique una manifestación de propiedad individual, pero ello no es suficiente para afirmar la existencia de la propiedad individual, pero ello no es suficiente para afirmar la existencia de la propiedad privada dentro del concepto en que ésta se viene aceptando o sea que se puede poseer, disfrutar y disponer.
Joseph A. Tosi Jr. del Centro Científico Tropical, indicaba que resulta improbable que en cualquier año pre-colonial, hubiese más de uno o dos por ciento de la tierra deforestada. Aún en el caso que la población fuese ligeramente superior a los 50.000 habitantes, ya que la gente aborigen vivía en armonía con la naturaleza, tomando de ella solamente lo que pudiera rendir anualmente, sin reducir su productividad originaria. Del bosque y de sus ríos obtuvo la carne, el pescado, las nueces, raíces, medicamentos y materiales necesarios para su alimentación, vestido y vivienda. Del bosque además, por medio de una larga rotación con un período de cultivo breve, recibió graciosamente el abono natural, mejorando la estructura del suelo, y un auto-control de la erosión, plagas, pestes y malas hierbas. Si la población hubiese sido de 400.000 nativos, igual a la población de los años primeros del siglo veinte, parece difícil que esa agricultura permanente se hubiese sostenido y que la tierra ocupada para fines agrícolas no fuese mayor del 2% del territorio nacional.
En todo caso el número de aborígenes se fue reduciendo por la presencia de nuevas enfermedades, luchas intestinas, ataques de piratas, etc.
Este hecho aunado al régimen de la explotación de la tierra que era comunal, entendido este término más en el sentido comunitario, en que las asignaciones de las parcelas de cultivo así como de los productos a cultivar, eran establecidos por una autoridad central.
En nuestro concepto la débil infraestructura demográfica aquí apuntada, como luego vamos a ver, resultó un hecho favorable para establecer un régimen de la propiedad de la tierra satisfactorio, que propició una sociedad más justa.
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