Castellano, pregunta formulada por aparcanaalexis23, hace 3 meses

en un parrafo imagina y escribi como continua la historia
"de la casa tomada"​

Respuestas a la pregunta

Contestado por sofiarojasochoa10
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Respuesta:

...

Explicación:

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas

antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales), guardaba los

recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la

infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura, pues en

esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la

mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las

últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina.

Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera

de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa

profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces

llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos

pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que

llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada

idea que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria

clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa.

Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y

la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor,

nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal

se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía

tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran

pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas

para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un

chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era

gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su

forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía

fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas.

Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar

vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada

valioso a la Argentina.

Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo

importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer

un libro, pero cuando un pulóver está terminado no se puede repetirlo sin

escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de

pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una

mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No

necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el

dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una

destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos

plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se

agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con

gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más

retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza

puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina,

nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el

pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al

living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living;

tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que

conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta

de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la

izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que

llevaba a la cocina y al baño.

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