En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero sucio, húmedo, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en qué sentarse o qué comer: era un agujero hobbit, y eso significa comodidad. Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey pintado de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de maderas y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. El túnel se extendía serpenteando, y penetraba bastante, pero no directamente, en la ladera de la Colina, y muchas puertecitas redondas se abrían en él, primero en un lado y luego al otro. Nada de subir escaleras para el hobbit: dormitorios, cuartos de baño, bodegas, despensas (muchas), armarios (habitaciones enteras dedicadas a ropa), cocinas, comedores se encontraban en la misma planta, y en el mismo pasillo. Las mejores habitaciones estaban todas a la izquierda de la puerta principal, pues eran las únicas que tenían ventanas, ventanas redondas, profundamente excavadas, que miraban al jardín y los prados de más allá, camino del río
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Como no se que quieres... te dejo el autor Tolkien, J.R.R. (1930), El Hobbit, Barcelona: Ediciones Minotauro, J.R.R. Tolkien
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Como no se que quieres... te dejo el autor Tolkien, J.R.R. (1930), El Hobbit, Barcelona: Ediciones Minotauro, J.R.R. Tolkien
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