¿En que puedo y en que no puedo disentir?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Se está volviendo engorroso atreverse a pensar distinto. Contestar si se está o no de acuerdo con algo o alguien no evoluciona más allá de la primera palabra, máxime si la misma es contraria a lo que el interlocutor espera. Lo que debiera ser el inicio de un ejercicio argumentado alrededor de posturas diversas está derivando lamentablemente en ataques personales llenos de sufijos y adjetivos. La tendencia general a volver unánime el discurso está cooptando el derecho inalienable a disentir.
El tema pasa precisamente por no entender lo que implica pensar, y mucho menos por valorar lo distinto. Acostumbrados como estamos a que otro sea el que haga la tarea, nos escudamos en un acomodo cortoplacista que baila al vaivén de lo que sea suene, y mucho mejor si lo que suena es optimista. Se sorben ideas y posturas ideológicas sin que preocupe siquiera un poco el estado del pitillo. Como pensar lo implica, el dudar es visto como un mal erradicable que sólo busca perder tiempo. No hay lugar a la pregunta; y sin ella, no aparecerán las respuestas.
Y si por alguna alineación de los astros llega a aparecer lo distinto, la pulsión inicial al rechazo y la extrañeza lo eclipsan. Ese cuerpo extraño de lo diferente se retira sin masticar de la sopa colada de lo mismo, porque no hay chance alguno de moverse de la zona confortable a la que el poco pensar nos habituó. Nos quedamos en lo fácil, en la sombrita, en lo cómodo, en lo que se vuelve dogma a punta de repeticiones.
El mal hábito de dejar que el otro piense desemboca, paradójicamente, en una sobrevaloración de cualquier cosa que suene distinto, al punto que “pensar diferente” se ha convertido en una suerte de sello publicitario con el que se venden por igual libros de autoayuda, computadores o zapatos. Si a lo supuestamente diferente no lo sometemos al rigor de la duda terminará por ser un igual más. La duda es una obligación que trae consigo el derecho al disenso. El desarrollo del ser humano se ha basado precisamente en el dudar.
Por todo eso, es imprescindible defender el disentir, más aún en un entorno como el nuestro tan prolijo a no hacerlo. Disentir con argumentos enriquece, permite aprender y trascender, y nos hace conscientes de lo terreno. Disentir es un derecho que se acompaña con el deber de respetar. En la medida en que en la ciudad recuperemos – y respetemos – el convivir en paz de criterios dispares será más posible ( y vuelve la paradoja ) acercarnos al ideal de capital cosmopolita que quieren creerse los que creen que piensan por los otros. Se preocuparon por imponer lo que era mejor convencer.
Vaya pues mi saludo respetuoso a todos los que disienten. Va para aquellos que no creen en la opinión impuesta, en el progreso medido en cemento, en el discurso bravucón, en la fórmula repetida, en el voto cantado, en la fidelidad a la causa, en la besada del escudo, en el arroparse con la bandera, en la encuesta de popularidad, en el articulito, en que “por algo fue” o “por algo será”. Mi doble respeto para los que acompañan lo anterior con preguntarse, investigar y no tragar entero. Y vaya un humilde aplauso para el que, a pesar de la duda, no pierde la fe.
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