Exámenes Nacionales, pregunta formulada por aitanacruzz, hace 19 horas

En qué estaban inmersas las potencias imperiales europeas a finales del siglo XIX​

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Contestado por kereneslagil
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Los sueños imperiales cercenaron los laureles de las cabezas de los monarcas europeos, acabaron con un viejo régimen y frustraron la hegemonía colonial que tanto persiguieron. Todo se originó en sus patios traseros, lejos de los extensos dominios de ultramar que acariciaban como preciada posesión y de donde se nutrían para hacer crecer su economía y progreso de la era industrial y los avances tecnológicos. Los grandes imperios se lanzaron entre mediados del siglo XIX y 1914 a una búsqueda de lo que se denominó entonces el estatus de gran potencia: y lo que consiguieron fue dilapidarlo, abocando a la muerte y a la miseria a millones de sus ciudadanos.

Entre la ironía y la lógica del nuevo mundo que se avecinaba, su viejo sistema saltó en pedazos como consecuencia precisamente de las ambiciones en su propio continente. El telón de fondo, sin embargo, fue la incapacidad para llegar a una cooperación internacional para el dominio de las colonias, que los privó de sus mayores logros de los imperios entonces: la expansión global, el comercio internacional, la riqueza y la prosperidad que Europa comenzaba a paladear fruto del avance en las ciencias, la medicina, la industria...después de varios siglos de guerras, como apuntó el bienintencionado e ingenuo Norman Angell en 'La Gran Ilusión', publicado en 1909.

Ilustración satírica relativa a la Primera Guerra Mundial, donde varias vamos intentan controlar el mundo. Instituto Centrale pe il Catalogo Unico

Los grandes imperios se lanzaron entre mediados del siglo XIX y 1914 a una búsqueda de lo que se denominó el estatus de gran potencia: y lo que consiguieron fue dilapidarlo

Si Austria-Hungría abrió la caja de Pandora en los Balcanes, especialmente durante el periodo 1908-1914 con su terca oposición a Serbia —que instrumentó con la anexión de Bosnia (1908) y la creación del estado independiente de Albania tras la Conferencia de Londres (1913)— todo con el objeto de aislarla, lo hizo a sabiendas de que eran los cimientos de un enfrentamiento con el Imperio ruso del zar y con todas las probabilidades de desatar la conflagración mundial.

Escogieron doblar la apuesta para tratar de minimizar las pérdidas; un riesgo que estimaron, junto a los alemanes, más sensato que permitir que se vaciaran sus bolsillos con la disgregación de sus territorios, y lo que ocurrió es que saltó la banca: sólo cobrarían con la victoria total. El resto es ya parte del consabido relato de la crisis de Sarajevo, que acabaría por dinamitar el resto de irresponsabilidades, ambiciones y proyectos de hegemonía, coloniales y europeos, que albergaban no sólo rusos, austríacos y alemanes, sino también turcos, británicos y franceses.

En un sentido estricto, los imperios borrados del mapa de un plumazo tras el desastre de la Gran Guerra fueron, como es lógico, los de los perdedores: el Imperio alemán, el Austro-Húngaro y el Otomano, además de la Rusia zarista, que ni siquiera terminó la guerra, antes de desmoronarse tras la revolución Bolchevique de 1917. Un caso singular, porque trocaron un imperio por otro: una vez que se deshizo la pretendida internacionalización de la revolución obrera, del imperio zarista pasaron al soviético. A partir de los años 30 Moscú no buscó la replicación de su revolución; cuando su expansionismo no ocupó directamente los países a su alcance, los controló con gobiernos títeres.

Alemania y Austria-Hungría fueron los más castigados: los primeros perdieron todas sus posesiones fuera del continente. En África el Camerún, Togolandia y Ruanda, en el Pacífico, las Islas Marshall, las Carolinas, las Marianas, las Islas Palau, además de la Samoa y Nueva Guinea alemanas. Lo más duro fue, no obstante, la ocupación de su propio territorio: Renania, y el Sarre por parte de Francia y Bélgica, además de las duras sanciones económicas.

El káiser Guillermo II había soñado a menudo antes de 1914 con los barcos, símbolo del poderío naval británico que trató de emular. Su visión imperialista acabó de la peor manera posible. Ni barcos ni colonias, lo que obtendría sería el fin de su dinastía y la pérdida de territorios alemanes tan valiosos como Renania y el Sarre, el corredor del Danzig para la salida al mar y más adelante, cuando ya no existía imperio, la ocupación de la cuenca minera del Rhur.

De todos ellos, los turcos-otomanos, fueron los que menos perdieron dentro de la debacle, gracias a la revolución del general Mustafá Kemal —más adelante nombrado como Ataturk— y su idea de un nuevo estado turco, no islámico, con voluntad de país europeo, que apaciguó a los británicos. Ataturk se enfrentó a la disgregación de antiguo imperio otomano que se extendía de Constantinopla a Damasco, pasando por Bagdad —los territorios de Basora, Bagdad, Damasco se convirtieron en los Mandatos de Palestina, Líbano, Siria e Irak— y que se repartieron franceses y e ingleses, pero evitó la desaparición de Turquía y mantuvo importantes territorios.

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