Castellano, pregunta formulada por k1k2k3k5, hace 11 meses

en la obra maria de jorge isaac. ¿quién era mayo en la obra?

Respuestas a la pregunta

Contestado por Gilbertoproo
2

Explicación:

De la niñez los días

tienen encantos

que nunca la memoria

rinde a los años:

viven, conmigo,

mas risueños y puros

siempre, los mios.

Estanque solitario

de agua tranquila

que el roce de los vientos

teme y esquiva,

al sol adora

porque exhalan sus flores

por él aromas.

Entonces nos asusta

el viejo coco

que se lleva a su choza

los niños tontos.

¡Felices miedos

que calman de una madre

los dulces besos!

Cuando yo ya fui hombre

de usar caballo,

varios tuve en mis cuadras,

pero de palo.

De arma ofensiva

me sirvieron a veces

en las guerrillas.

Bien hubiera podido

montar en mayo,

cachorro a todas luces

noble y honrado;

más cierto día

que le probaba un freno

tuvimos riña.

Se acabó, dije, y luego...

era mi amigo,

compañero de viajes

y de conflictos

muy mal pagados,

pues los hombres son hombres

desde muchachos.

Tuve lo que se llama

un buen maestro,

pero malos amigos,

pues tuve un perro;

con él al campo

me fui cuando contaba

siete u ocho años.

Mayo era, según muchos,

un perdiguero,

pero nunca perdices

vio ni de lejos.

Gansos y pollos

atrapaba en el aire

que era un asombro.

Persiguió como un blanco

su propia raza,

y, como un aristócrata,

las negras caras.

¡Pobre mi perro!

¡De su renta hoy viviera!

Nació en mal tiempo.

En cambio fue el juguete

de mis caprichos;

llevaba mi maleta

cuando iba al rio;

por bien o fuerza

nadaba tiritando

horas enteras.

Cedí al fin los caballos

de mi potrero,

porque me dieron uno

de carne y hueso,

que a pocas vueltas

medir logró conmigo

la dura tierra.

La equitación a pechos

tomé, y a Mayo

hice víctima dócil

de mi entusiasmo.

Quiso que un mico

cabalgara en el perro,

más él no quiso.

De mi furor salvóle

siempre María:

yo era tan malicioso

¡y ella tan linda!

Tal fue mi estrella,

buscar desde chicuelo

uvas y Evas.

Cuando en mil ochocientos

cuarenta y ocho

de la casa paterna

salí lloroso,

en mis mejillas

llevando de mi madre

lágrimas tibias;

Se abrazó de mis botas

el pobre Mayo,

y siguióme en silencio

hasta el collado.

Su triste aullido

se oyó cuando se ahogaba

el son del río.

Tras un lustro de ausencia

volví: ya viejo

y perezoso estaba

el noble perro.

¡Tan pocos días!

También eran ya esposas

Clara y María.

Tullido y sordo puso

el tiempo a Mayo,

más de llorar dejaba

viendo a sus amos,

y aún en sus ojos,

al verme, moribundo,

leíase el gozo.

Tropecéme una noche

con su cadáver

que lamer parecía

nuestros umbrales.

Su último aullido

de muerte no escucharon

ni sus amigos.

1860.

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