En la literatura del barroco ¿la preocupación por lo efímero de la vida tiene que ver con transformaciones históricas? ¿por qué?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Desde época remota el arte efímero ha sido la expresión plástica de la fiesta. Uno de sus rasgos más peculiares era su carácter provisional o transitorio, ya que se trataba de una manifestación artística producto de un acto coyuntural o de un festejo excepcional, bien fuera un triunfo romano, una celebración litúrgica, un fasto cortesano o una representación teatral del Siglo de Oro. Un arte, pues, efímero, de breve existencia por sus materiales perecederos y que, sin embargo, reflejó los gustos y las modas, los ideales estéticos y políticos, la cultura ideológica y visual de un momento histórico determinado. Aunque fue en el Barroco cuando la práctica festiva, y con ella las producciones efímeras, adquieren todo su esplendor, los inicios de este desarrollo artístico deben situarse en el tránsito entre el Medievo y la Edad Moderna. Los actos paralitúrgicos tardomedievales preconizan el despliegue escénico de [la fiesta#CONTEXTOS#7786], destacando una celebración que progresivamente irá afianzándose, el Corpus Christi. Esta procesión estructura desde fechas tempranas uno de los elementos festivos más básicos y esenciales: comitivas, cortejos y séquitos; formas procesionales que se desarrollan en las fiestas cortesanas y religiosas del temprano Renacimiento. Rieron éstas el primer capítulo de un arte fingido que decoró los actos solemnes de las recientes monarquías europeas, una institución que a la par que se fortalecía encontraba en la fiesta el mejor reflejo de su poder. El nuevo espectáculo quedó teñido por uno de los rasgos más característicos del Renacimiento: el regreso a la Antigüedad. Era una nueva forma de revestir la glorificación del príncipe o del emperador, que se concretó en las entradas triunfales, es decir, en las visitas que monarcas y emperadores realizaron a las distintas ciudades europeas, o en funerales all'antica, pompas fúnebres que exaltaban tanto la fidelidad como la continuidad dinásticas. Para tales ocasiones se levantaron arcos triunfales o catafalcos, arquitecturas para un par de días, elaboradas en gran parte con madera y con revestimientos pictóricos y escultóricos. Repletos de mensajes simbólicos, procedentes de la literatura emblemática, estos aparatos se convirtieron no sólo en el mejor manifiesto del parangón entre el príncipe y los héroes de la Antigüedad, sino en el soporte de un discurso apologético claramente ligado a la ideología política imperante.
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