En la feria donde trabajo hay un adivino. Yo, que trabajo en la atracción más cercana, suelo mirar lo que hace. Para llamar la atención de la gente, en ocasiones grita una palabra cuando pasa alguien. Un día, pasó un chico con sobrepeso y el adivino gritó: “Cerdo”. Me pareció un poco ofensivo, pero no le di más importancia. Un rato después pasó un hipster y gritó: “Hombre”. Luego pasó una niña con trenzas y grito: “Gallina”. Pasó luego un compañero que trabaja en la noria y es un poco aburrido y el adivino gritó: “Patata”. Más tarde pasó un niño con una camiseta marrón con puntos negros y el adivino gritó: “Galleta”. Así estuvo toda la tarde. Cuando terminé mi turno, fui a comprar algo en un puesto cercano y, al ir para casa, pasé por delante del adivino, que gritó: “Manzana”. En ese momento me di cuenta de lo que ocurría, y me quedé helado. ¿Por qué palidecí?
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El narrador se dio cuenta de que el adivino nombraba lo último que esas personas habían comido, lo cual implicaba que el hipster se había comido a un hombre: era un caníbal.
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