En la calle de librerías, ya cerca de la cuesta de Luján, en una rinconada, había hace años un
taller de platero, con su tienda establecida en el portal de la casa, un estrechísimo escaparate,
en el que se exhibían unos cuantos rosarios, anillos, medallas y cruces, una muestra mezquina y
medio borrada con este letrero: "Taller de Salvador", y en el extremo de la muestra, a modo de
enseña, una romana de cartón. Salvador, el dueño de este taller de platería, era un hombre rico,
soltero, que había vivido durante muchos años con una hermana, hasta la muerte de esta. En la
época de mi relato, don Andrés, así se llamaba el platero, era un hombre de unos sesenta años,
pequeño, afeitado, con el pelo blanco, las mejillas sonrosadas, los ojos claros y la boca
sonriente. Parecía una medalla de plata.
Con su cara dulce, de beato, don Andrés era en el fondo un egoísta; de poca inteligencia y poco
corazón, la vida le acobardaba; se le figuraba que las cosas marchaban demasiado de prisa y
era, por tanto, enemigo de todo lo nuevo. Un cambio cualquiera, aunque fuese beneficioso, le
molestaba profundamente.
─Hasta ahora hemos vivido así ─solía decir─, y no veo la necesidad de que varíe.
En su oficio, don Andrés Salvador era igualmente rutinario; no tenía más que alguna habilidad
para trabajos de paciencia.
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¿A partir de la expresión “¿Hasta ahora hemos vivido así─ solía decir─ y no veo la necesidad
de que varíe”, se puede deducir que el protagonista vive con otra(s) persona(s)? ¿Imagina quién
o quiénes son? Luego, descríbelos y comenta cómo crees que es su relación con don Andrés
Salvador
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vivimos en un mundo de locos
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