En democracia ¿Cómo se conduce la voluntad popular?
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Voluntad y representación
La justificación de cualquier mediación democrática es incluir la pluralidad de las perspectivas sociales en los procesos de decisión política de modo que se configure una voluntad popular más reflexiva e incluyente
Voluntad y representación
ENRIQUE FLORES
DANIEL INNERARITY
20 JUN 2018 - 00:00 CEST
En las sociedades democráticas se alternan momentos de desorden y momentos de construcción, sacudidas externas y construcción institucional, inmediatez de la voluntad popular y mediación política. Tomo el título del célebre libro de Schopenhauer para designar a ambos momentos voluntad y representación, dimensiones necesarias de la democracia, que se empobrecería sin una de ellas.
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Comencemos por la voluntad. Las democracias tienen que estar abiertas a la toma en consideración de nuevas perspectivas que habían sido desatendidas en los procesos instituidos o con la prioridad que a tales asuntos les debería corresponder. No hay democracia sin esa posibilidad de “desestabilizar” al poder constituido. Pensemos en el hecho de que la mayor parte de los grandes temas que se han popularizado en las democracias contemporáneas no lo han sido gracias a la iniciativa de los partidos, los gobiernos o los parlamentos, sino de la opinión pública desorganizada o los movimientos sociales. Así sucedió con el revulsivo que supuso el 15-M (y todos los similares a lo largo del mundo en lo más agudo de la crisis, como Ocuppy Wall Street o We are 100%), el impulso feminista del Me Too, las protestas de los pensionistas, las movilizaciones soberanistas en Cataluña e incluso el éxito de la reciente moción de censura (desencadenado por una sentencia judicial, es decir, un agente externo a los principales protagonistas de la vida política). Son fenómenos que tienen pocas cosas en común, salvo el hecho de haber interrumpido la continuidad de la vida institucional, haber modificado las agendas políticas o la percepción de lo que era políticamente posible y deseable.
La celebración de tales sacudidas de la voluntad popular no debería hacernos olvidar que sin el segundo momento —el de la representación o la mediación— no habría avances significativos y todo quedaría en la cólera improductiva del soberano negativo. De entre las diversas razones que justifican este segundo momento la más importante es garantizar la igualdad política.