En 1972 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 5 de junio como Día Mundial del Ambiente, con el objeto de sensibilizar a la población mundial y, al mismo tiempo, impulsar acciones políticas proactivas en defensa del planeta. Sin embargo, casi cincuenta años después, de la mano de un modelo de globalización neoliberal y depredatorio, la humanidad se encuentra al borde del colapso ecosistémico y climático: calentamiento global, extractivismo y destrucción de territorios, extinción masiva de especies y pérdida de biodiversidad, aumento exponencial de la huella ecológica, entre otros problemas, ilustran la consolidación de modelos de (mal) desarrollo que amenazan la vida en el planeta. Dentro del módulo se establece una diferenciación entre lo que se denomina como cambio climático y el debate sobre la crisis climática. Los cambios climáticos, como cambios a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos, siempre han existido naturalmente en el planeta Tierra desde hace millones de años, es decir, su causa es natural, en cambio, la crisis climática es la consecuencia cultural de acciones humanas extralimitadas e inadecuadas sobre el ambiente y sus elementos, las cuales promueve el pensamiento moderno de la era industrial para el uso, apropiación y contaminación sin limitación de los diversos componentes ambientales. Bajo ese concepto podría decirse entonces que la crisis climática tiene sus raíces en la suma de actividades que se desarrollan en todos los países del planeta de manera compartida pero diferenciada, bajo el principio de responsabilidad ambiental; por lo tanto, no se podrá controlar con medidas que afecten a unos pocos países. Hasta que todos los países, sobre todo los países desarrollados con mayores emisiones atmosféricas, índices de consumo y contaminación, se comprometan, es difícil que una nación bien intencionada tome medidas contundentes de manera independiente, por temor a que otras se vuelvan free riders y saquen provecho de sus sacrificios. Como resultado, es imperativo establecer una meta global para estabilizar el nivel de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, y fijar las obligaciones y derechos de cada país para contribuir a su cumplimiento. ¿Cómo? Mediante la negociación internacional. Pero la diplomacia del cambio y la crisis climática parece tan compleja como el fenómeno que trata de enfrentar, tal como lo demuestra la experiencia de las tres ultimas décadas. El año pasado se llevó a cabo “La conferencia internacional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre cambio climático- COP26”. En esta cumbre global se encontraron mandatarios y representantes de diferentes países con el objetivo de dialogar sobre crisis climática y cómo resolverla desde la comunidad internacional. Su importancia radica en que la crisis climática es quizás el problema más grande y grave que aqueja a la humanidad entera, afectando por supuesto con mayor intensidad a unos países y a unas poblaciones que a otras, pues algunos países, regiones, Estados y poblaciones son más vulnerables que otros. Esta Conferencia internacional se llevó a cabo por primera vez en 1995, en Berlín (Alemania), y en sus versiones anteriores ha tenido logros importantes como algunos contenidos del protocolo de Kioto (1997) donde se dio un primer paso en términos de definir cuál debería ser el límite máximo de emisiones atmosféricas por parte de los Estados, y algunos de sus compromisos en términos de reducir dichas emisiones; Cancún (2010) donde surgió la idea de crear los fondos verdes a efectos de exigirles a los países más industrializados y poderosos del mundo que ayuden a los Estados más vulnerables a superar la crisis climática; y Paris (2015) donde se llegó a un acuerdo tardío de definir unos compromisos en términos de emisiones atmosféricas máximas (pero ese compromiso es voluntario, es decir, si los Estados desean) En conjunto, los tres planes de acción para después de 2015 –el Acuerdo de París, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres – proveen las bases para un desarrollo sostenible, bajo en emisiones de gases de efecto invernadero y resiliente en condiciones climáticas cambiantes. ¿Es esto suficiente?
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Dirigido por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y celebrado cada 5 de junio desde 1973, el Día Mundial del Medio Ambiente es la plataforma mundial más grande para la divulgación ambiental y lo celebran millones de personas en todo el mundo.
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