Elementos o situaciones exageradas en "Cien Años de Soledad"?
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Entre las múltiples sorpresas que depara la lectura de Cien años de soledad, una de las más sugerentes es el tratamiento que se le confiere a lo mágico y lo maravilloso.
El Renacimiento europeo opuso la razón y el antropocentrismo al mundo medieval. Cervantes, en Don Quijote (I, 47) pronostica que «hanse de casar las fábulas mentirosas con el intendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles… admiren, suspendan, alborocen y entretengan». El mundo mágico pervive en numerosos elementos del folclore popular, sobretodo del mundo rural, que han sido transmitidos y conservados hasta nuestros días. Los embrujos, las hechicerías, los sortilegios forman parte de una cultura popular que hunde sus raíces en el medievo y que es fuertemente combatida, con excaso éxito, por la Inquisición, la Ilustración del dieciocho y finalmente el positivismo científico. Pero la atención hacia el oscuro mundo de la magia aparece aquí y allí, en la tradición literaria hispánica y en la que, entroncada con los mitos indígenas, apareció en la cultura mestiza americana.
La nueva novela utiliza un sistema de referencias en las que no se halla ausente el mundo mágico. Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, el propio Jorge Luis Borges, entre otros, lo extraen de sus tradiciones o lecturas. Cortázar muestra también una atención preferente hacia lo mágico desde una conciencia urbana. Pero García Márquez lo refunde y obtiene nuevos y vibrantes resultados. Desde las primeras páginas alude a «los sabios alquimistas de Macedonia» y a la alquimia y sus mitos. A través de ella, por ejemplo, Melquíades recobra la juventud. Esta fáustica operación tiene mucho de burla. Melquíades aparece con una dentadura postiza que se extrae y muestra a sus sorprendidos espectadores: La magia, en ocasiones, no es sino engaño.
En este contexto no puede extrañarnos la mención de Nostradamus. Úrsula, figura capital del relato, mujer que manifiesta su vinculación a la realidad, ante las pretendidas y fracasadas invenciones de su marido, parece advertir la opsición entre las actividades alquimistas y la verdadera ciencia que es el soporte del progreso: «Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia», advierte desde el principio. Los muertos aparecen como seres vivos : así, Prudencio Aguilar, que murió de una lanzada de José Arcadio Buendía. No son sus espectros , sino figuras con las que puede dialogarse y que deambulan durante la noche y a plena luz. El matrimonio descubre a Prudencio hasta en su propio cuarto y se ve obligado a tomar la determinación de marcharse del pueblo. Aureliano posee una «rara intuición alquímica». Por ello no parece extraño que los muertos convivan con los vivos y hasta reaparezcan de nuevo, como Melquíades. Cuando los personajes deliran acusan también en el reino del inconsciente los efectos mágicos del ambiente. José Arcadio Buendía habla en latín, con un don de lenguas que sitúa lo maravilloso en un contexto religioso (los apóstoles) y el padre Nicanor muestra su capacidad de levitación. Pero la realidad no es menos mágica. Aureliano Triste descubre que el fantasma que parecía morar en «una casa de nadie» era Rebeca, olvidada ya de todos. El Judío Errante aparece en forma de monstruo y los pergaminos son también mágicos. Es la novela misma que el lector tiene en su manos.
García Márquez defiende en Cien años de soledad que lo maravilloso puede convivir con lo cotidiano y, a través de un lenguaje evocador y preciso, hace revivir lo inverosímil y lo reconvierte en verídico y poético. La posibilidad de hacer compatibles lo cotidiano y lo poético es función de la poesía, cuando ésta brota como creación a través del lenguaje.