Elabore un monologo titulado: “¿Quién es Dios para mí?” y socialícelo en clase
Respuestas a la pregunta
Explicación:
¿Quién es Dios para mí?
¿Quién es Dios para nosotros? ¿Qué somos nosotros para Dios y con Dios? Son éstas
unas preguntas de trascendencia muy grande.
Nos hacemos la primera pregunta —¿quién es Dios para nosotros?—, y vemos que
Dios para nosotros lo es todo. Nuestro Creador está ilusionado con que le amemos, para
darnos después su gloria, pues para esto nos hizo. Es nuestro fin último. Si lo ganamos,
lo hemos ganado todo. Si lo perdemos, lo hemos perdido todo y para siempre.
Si pasamos a la pregunta siguiente —¿qué somos nosotros para Dios y con Dios?—,
nos damos cuenta de estas cosas:
- que somos hijos suyos, siempre bajo la tutela, providencia y cuidados divinos;
- que vivimos con Dios en comunicación constante con Él;
- que vivimos de Dios, pues sin Él no podemos ni tan siquiera existir;
- que vivimos por Dios de tal manera, que su vida se ha hecho vida nuestra.
Al decir esto, confesamos que vivimos con un RENDIMIENTO absoluto al querer de
Dios. Esto lo decimos los creyentes. Pero hay muchos que no aceptan someterse a nadie
que se coloque sobre ellos, aunque sea el mismo Dios. La soberbia es su gran pecado.
Parece que han hecho suyo un grito del Maligno:
- ¿Quién como yo? ¡Nadie, aunque sea Dios!
No admiten una verdad que ellos no entiendan, y de ahí el rechazo de la fe.
Todavía admiten menos una ley que les ate su libertad, y de ahí el rechazo de toda
moral.
¿Exageramos al hablar así? Por desgracia no exageramos nada. El ateísmo y la
incredulidad se basan en esa disposición de ánimo: No admito a nadie que esté encima
de mí, aunque sea Dios.
Contra semejante actitud, está la nuestra, por la gracia de Dios. En Dios vemos al
Creador, Señor y Padre nuestro.
Como nos ama y quiere que le conozcamos, Dios se nos ha revelado, y nosotros
creemos todo lo que nos ha dicho de Sí.
Como nos cuida y nos defiende, Dios nos ha dado unas normas de vida, que nosotros
aceptamos, y antes moriremos que quebrantar el querer de nuestro Dios.
Vivimos en una COMUNICACIÓN constante con Dios. Porque Él lo llena todo. El
apóstol San Pablo, al anunciar el Evangelio en Atenas la sabia, proclamaba desde el
Areópago que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Dios nos rodea de tal modo
que nos es un imposible salirnos de Él. Más que el pez en el agua, estamos nosotros
metidos en Dios (Hechos 17,28)
De aquí viene la realidad de la oración. ¿Cómo es posible no hablar nunca con el que
estamos en contacto constante? ¿Y cómo no va a ser la oración lo más fácil del mundo,
si el Dios que nos rodea es todo oídos y todo boca, en diálogo constante con sus
criaturas?...
Lo entendió aquel catequista africano, que se afanaba mucho en su cometido.