El texto "un trabajo envidiable" tiene una enseñanza explícita. escribela. Luego explica por qué se puede extraer esa enseñanza del episodio vivido por Tom.
POR FAVOR AYUDAAA
UN TRABAJO ENVIDIABLE
Tom Sawyer vuelve un día tarde a casa y con la ropa
manchada. Su tía decide castigarlo sin salir el sába
do y le obliga a pintar la valla de la vivienda.
Tom pintaba la cerca furioso, pensando en los chicos que disfru
taban del día libre y que pronto pasarían a su lado, camino de tenta
doras excursiones, y se reirían de él porque debía trabajar… En ese
momento tuvo una inspiración. Cogió la brocha y se puso tranquila
mente a pintar. Poco después hizo su aparición Ben Rogers, mordis-
queando una manzana; Ben era el chico cuyas burlas siempre había
temido más.
–¡Je, je! Te han castigado, ¿eh?
Tom examinó su último toque con mirada de artista; después dio
otro ligero brochazo y comprobó de nuevo el resultado. Ben se acer
có a él.
–Te hacen trabajar, ¿eh? –repitió.
–¡Ah!, ¿eres tú, Ben? No te había visto.
–Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, preferi
rás trabajar.
Tom lo miró un instante y dijo:
–¿A qué llamas tú trabajo?
–¡Cómo que a qué llamo trabajo! ¿No es eso trabajo?
Tom reanudó su tarea y le contestó, distraídamente:
–Bueno; puede que lo sea y puede que no. A mí me gusta.
–¡Vamos! ¿Me vas a hacer creer que te gusta?
La brocha continuó moviéndose.
–¿Gustarme? No sé por qué no va a gustarme. ¿Es que le dejan a
un chico pintar una cerca todos los días?
Aquellas palabras situaban el asunto en un nuevo plano. Ben dejó
de mordisquear la manzana. Tom movía la brocha de un lado a otro
con estudiada parsimonia. Se retiraba dos pasos para ver el efecto;
añadía un toque allí y otro allá; juzgaba otra vez el resultado. Ben,
mientras tanto, no perdía de vista un solo movimiento, cada vez más
y más interesado y absorto. Al fin dijo:
–Oye, Tom: déjame pintar un poco.
Tom reflexionó. Parecía estar a punto de acceder; pero en el último
momento cambió de opinión:
–No, eso no puede ser, Ben. Ya sabes…, mi tía Polly es muy exigen
te con esta cerca.
–Vamos, déjame que pruebe un poco; solo un poquito.
–De veras que quisiera dejarte, Ben; pero la tía Polly…
–Anda…, lo haré con cuidado. Déjame probar. Mira, te doy el co
razón de la manzana.
–No puede ser. No, Ben, no me lo pidas; tengo miedo…
Al final, Tom le entregó la brocha, con desgana en el semblante y
entusiasmo en el corazón. Y mientras Ben trabajaba y sudaba al sol,
él se sentó allí cerca, a la sombra, balanceando las piernas mientras
se comía la manzana y planeaba la extensión de su negocio. No esca
seó el material: a cada momento aparecían muchachos; venían a bur
larse, pero se quedaban a pintar la cerca. Cuando Ben cayó agotado,
Tom había vendido ya el turno siguiente a Billy Fisher por una come
ta en buen estado. A Billy le sucedió Johnny Miller, quien fue admi
tido a cambio de una rata muerta. La procesión de muchachos con-
tinuó durante todo el día.
Al acabar la tarde, Tom, que por la mañana era un chico pobre,
nadaba en la abundancia. Había conseguido doce bolas, parte de una
trompeta, un trozo de vidrio azul para mirar a través de él, un carrete,
una llave incapaz de abrir nada, un pedazo de tiza, un tapón de cristal,
un soldado de plomo, un par de renacuajos, un tirador de puerta, un
collar de perro y el mango de un cuchillo. Había pasado una jornada
deliciosa, con abundante y grata compañía, y la cerca tenía… ¡tres
manos de pintura! De no habérsele agotado la pintura, habría hecho
declararse en quiebra a todos los chicos del lugar.
Tom había descubierto, sin saberlo, uno de los principios funda
mentales de la conducta humana: que para que alguien anhele algu
na cosa solo es necesario hacerla difícil de conseguir.
Mark Twain,
Las aventuras de Tom Sawyer. Siruela (Adaptación)
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