El siguiente es un cuento de W.B. Yeats, un poco más avanzado. :0
Lo que queremos que hagan es simple. Van a aplicar las tres estrategias que hemos aprendido en este texto:
1) Lectura preliminar (salten sus líneas)
2) Hagan preguntas
3) Relacionen conocimientos (tejan la trama)
AYUDA MORTAL
Uno oye hablar en los poemas antiguos de hombres arrebatados por los dioses para que los ayuden en una batalla, y Cuchulain se ganó a la diosa Fand durante algún tiempo al ayudar a su hermana casada y al marido de su hermana a expulsar a otra nación de la Tierra Prometida. También me han contado que los habitantes del País de las Hadas no son capaces ni de jugar al hurley si no cuentan en cada bando con algún mortal, cuyo cuerpo —o lo que se haya puesto en su lugar, como diría el
cuentista— está en casa dormido. Sin ayuda mortal son como sombras y ni siquiera pueden golpear las bolas.
Un día iba yo paseando con un amigo por un terreno pantanoso en Galway
cuando nos encontramos a un viejo de facciones duras cavando una zanja. Mi amigo
había oído decir que este hombre había tenido una visión maravillosa de alguna especie, y al final le sacamos la historia. Un día, cuando era un muchacho, estaba
trabajando con unos treinta hombres y mujeres y mozos. Al cabo de un rato vieron,
los treinta a la vez, y a una media milla de distancia, a unos ciento cincuenta
habitantes del País de las Hadas. Dos de ellos, dijo, iban vestidos con ropas oscuras como gente de nuestra propia época, y se mantenían a unas cien yardas el uno del otro, pero los demás llevaban ropas de todos los colores, «a corchetes» o cuadros, y
algunos llevaban chalecos rojos.
No alcanzaba a ver qué estaban haciendo, pero podrían haber estado jugando todos al hurley, pues «eso es lo que parecía». A veces desaparecían, y luego «casi
juraría» que al volver salían de los cuerpos de los dos hombres vestidos de oscuro.
Estos dos hombres eran del tamaño de hombres de carne y hueso, pero los demás
eran pequeños. Los vio durante una media hora, y entonces el viejo para quien él y
los otros estaban trabajando agarró un látigo y dijo: «¡Vamos, seguid, seguid, o no
habremos hecho nada del trabajo!». Yo le pregunté si aquel hombre veía también a
los duendes. «Oh, sí, pero no quería que se descuidara un trabajo por el que estaba
pagando unos salarios». Hizo trabajar tan duro a todo el mundo que nadie vio lo que
pasó con los duendes.
—W.B. Yeats (1902)
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