El régimen de la tribu israelita a la monarquía el motivo, el problema y la situación urgente !
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La información proporcionada por la Biblia, el libro sagrado del pueblo de Israel, permite una aproximación histórica detallada, más precisa incluso, en ocasiones, que la de las grandes potencias contemporáneas. Sin embargo, la posición ocupada por los judíos en el contexto histórico de su época no debe conducirnos a una deformación elefantiásica. Los cuarenta años que anduvieron errabundos por el desierto pueden tener un carácter histórico, pero es más importante el simbólico, ya que es el momento en que se establece la alianza entre Yahveh y su pueblo, un vínculo especialísimo determinante de la conducta colectiva de los judíos. En contacto precisamente con los antiguos habitantes, sufren un proceso de adaptación, asumen la vida urbana y la escritura, ya en el siglo XI.
El término está muy próximo al sufete, el magistrado de las ciudades que no tienen monarca. La tradición pretende que el pueblo se la pidió a Yahveh, pero éste respondió negativamente a través del último de los jueces, Samuel. No obstante, la insistencia del pueblo logró que Saúl fuera ungido como primer rey de Israel, acción que abrió una herida profunda entre innovadores y ortodoxos por las implicaciones que tenía la aceptación de un rey distinto al propio Yahveh. A lo largo de toda la historia de Israel, los profetas usarán la impiedad del monarca como instrumento propagandístico que explica las desgracias por el malestar divino.
En cualquier caso, la monarquía fue militarmente efectiva, sobre todo durante el reinado de David, lo que contribuyó a su consolidación. El ascenso de David está sometido a una creación legendaria por la cual podemos atisbar que se trataba de un aventurero que prestaba sus servicios a quien lo contratara, pero cuyo carisma fue suficientemente intenso como para lograr la corona de Israel, frente a las pretensiones de establecimiento de un sistema hereditario. David otorga un espacio político a la monarquía, derrotando a los filisteos y a los reinos orientales de Moab, Edom y Amón, y establece la capital, con todo su aparato simbólico, en Jerusalén, una ciudad recientemente conquistada, para evitar las suspicacias de las tribus. A falta de un sistema sucesorio, la herencia real se realiza de forma conflictiva, pero recae en Salomón, uno de los hijos de David, que reinará en la parte central del siglo X. Salomón es el creador de un estado burocrático coherente con las cortes de la época.
También moderniza el ejército dándole un cuerpo de carros y sistematizando los procedimientos defensivos y, por si todo ello fuera poco, exhibe su capacidad de concentración de riqueza afrontando un gasto extraordinario en la construcción de un edificio singular, el templo de Yahveh en Jerusalén, para cuyo embellecimiento no se dudó en contratar la más apreciada mano de obra del momento. Por otra parte, el desarrollo del aparato burocrático se vincula a la creación literaria, en la que destaca el propio monarca como compositor de proverbios y salmos. Las tribus de Israel nombran rey a Jeroboam, mientras que el sucesor designado, Roboam, ha de conformarse con Judá, síntoma de la precariedad de la monarquía sobre la que aún tiene intervención directa el pueblo. Judá no alcanza una importancia similar a Israel, pero su participación en las empresas comerciales propicia la aparición de un grupo oligárquico cada vez más distanciado de la masa productora, a la que aparentemente corresponde la voz de los profetas, quienes -deseando implantar un régimen teocrático- auguran un castigo divino por el avieso comportamiento de los dominantes y, al mismo tiempo, están preparando las condiciones ambientales para que el pueblo asuma como inevitable el dominio extranjero.
Y el brazo de Yahveh serán las grandes potencias imperiales. Las deportaciones se multiplican y el deterioro demográfico reduce la creación de riqueza, de forma que cada vez los hijos de Israel viven peor y la resistencia se hace imposible. Sedecías comete la torpeza de aliarse con el faraón Apries y el monarca babilonio no duda en arrasar Jerusalén en 587. El pensamiento de los judíos de la diáspora, inaugurada en 732, incide en la misma tendencia que culmina en la renuncia a la monarquía, reservada al mesías, y en la instauración de una teocracia dirigida por los sumos sacerdotes, una vez que los persas permiten el retorno a la patria.
Será el Gran Rey el que encargue a Esdrás, hacia 425, la redacción de un texto legal de aplicación para todos los judíos que evite los conflictos sectarios. Devuelta la calma, Israel pasó a dominio macedonio prácticamente sin alteraciones. Comenzaba entonces una nueva época.
Explicación:
primero revisa si esta bien ok? =)