El policía estaba detenido en la esquina. Montado en su motocicleta, se desperezaba con cara de aburrido. ¡Qué suerte la mía! De inmediato, pisé el acelerador hasta el fondo y enrumbé hacia la entrada de la carretera. El rugido del motor llenó la cabina, me entusiasmé. Pasé por su lado, alcancé a ver su expresión de asombro por la tormenta de humo que lo cubría y se largaba a correr por la autopista, a toda velocidad. ¿Me seguía? Estiré el cuello para mirar por el retrovisor. No alcanzaba, pero me lo imaginé con el rostro compungido, los dientes apretados, las maldiciones manando: la diversión empezaba. Seguro que ya estaba llamando a su central para cerrarme el paso. Por ahora, el camino estaba libre: la Panamericana era toda mía, hasta Arequipa. No pasaron ni cinco minutos y el motorizado apareció por el espejo de la izquierda. ¡Ajá!, picó el anzuelo ¿Tenía la radio en la mano? La aguja temblaba entre 130 y 140, el timón vibraba lleno de vida, adrenalina, emoción; pero se me resbalaba por el sudor y el tamaño de mis manos. De repente, me topé con un ómnibus interprovincial. Lo pasé por derecha, y, ahí no más, tapado por el bus, había un automóvil viejo y lento que me hizo disminuir la velocidad. El policía me iba a alcanzar. Sorteé a la carcocha y traté de recuperar la velocidad de bólido que llevaba antes, pero el motor tosió, cascabeleó, se remeció, amenazó con detenerse. ¿Tenía gasolina? Claro que sí, mi Papi siempre tiene el tanque lleno. El acelerador respondió, reinicié la carrera. Examiné el espejo, ¿dónde andaba el tombo? No lo veía. No habría decidido dejarme ir, ¿no? Fijé la mirada en el asfalto recién reparado de la carretera, suave, parejo, perfecto, como cuando vamos a la playa con toda la familia. En eso, la motocicleta del policía se materializó a mi izquierda. La mano enguantada me hacía señas para que me estacionara al lado de la autopista; las lunas oscuras de la camioneta de Papá le negaban una buena vista de mi cara de burla: la lengua lamiendo el aire, los ojos virolos. Resolví que no quería parar, ¿por qué hacerlo si no me daba la gana?, me estiré lo más que pude y metí acelerador a fondo mientras le mostraba el dedo medio erecto, apuntando al cielo. Pero el auto carraspeó, escupió humo, se remeció y, finalmente, se rehusó a seguir. El policía bajó de la moto con cara de pocos amigos. Se acercó, me indicó con una seña que bajara la luna. Obedecí. La mandíbula del policía se desencajó, iba a salirse de su sitio. Sus ojos se agrandaron tanto que las órbitas casi duplicaron su tamaño. Me pidió las llaves. Obedecí de nuevo, a regañadientes. ¿Qué habrá pensado? Estoy seguro que nunca en su vida había detenido a un conductor prófugo de diez años. Cesar Klauer (Lima, Perú, 1960) es Licenciado en Educación y profesor universitario. Ha publicado el libro de cuentos “Pura Suerte” (Altazor, 2009), y los cuentos infantiles “El gigante del viento”, “El perro Patitas”, y “El delfín de arena” (Altazor, 2010). Además, sus crónicas de la vida de los años 70 en su barrio de Magdalena han aparecido en “La Revista de Magdalena”. También ha publicado en la revista digital Generacción . Sus crónicas gastronómicas y de viajes han sido traducidas al inglés para “Living in Peru”, revista dirigida a los hablantes del inglés y que promociona al Perú Su trabajo también ha sido publicado en Letralia , Ónice, TXT, La Nave de los Locos y Uruz Arts Magazine. En el 2009 ganó el Primer Premio en Cuento en los XIV Juegos Florales de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), en el 2007 ganó Mención Honrosa. En el 2010 ganó mención honrosa en el 1er Concurso de Cuento Breve Jorge Salazar de Editorial Pilpinta con su colección de microrrelatos “Diez por cien”. ¿ que es lo que entendiste?
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Que el policía estaba detenido en la esquina. De inmediato, pisé el acelerador hasta el fondo y enrumbé hacia la entrada de la carretera. Pasé por su lado, alcancé a ver su expresión de asombro por la tormenta de humo que lo cubría y se largaba a correr por la autopista, a toda velocidad. Lo pasé por derecha, y, ahí no más, tapado por el bus, había un automóvil viejo y lento que me hizo disminuir la velocidad.
El policía me iba a alcanzar. Sorteé a la carcocha y traté de recuperar la velocidad de bólido que llevaba antes, pero el motor tosió, cascabeleó, se remeció, amenazó con detenerse. El acelerador respondió, reinicié la carrera. En eso, la motocicleta del policía se materializó a mi izquierda.
Resolví que no quería parar, ¿por qué hacerlo si no me daba la gana?, me estiré lo más que pude y metí acelerador a fondo mientras le mostraba el dedo medio erecto, apuntando al cielo. El policía bajó de la moto con cara de pocos amigos. La mandíbula del policía se desencajó, iba a salirse de su sitio. Estoy seguro que nunca en su vida había detenido a un conductor prófugo de diez años.
Explicación:
O la versión más corta:
El policía estaba detenido en la esquina. El policía me iba a alcanzar. En eso, la motocicleta del policía se materializó a mi izquierda. El policía bajó de la moto con cara de pocos amigos.
La mandíbula del policía se desencajó, iba a salirse de su sitio.
Respuesta:
no sé ni un ca ra jo estudia