Historia, pregunta formulada por isabelmg483, hace 2 meses

El placer de rascarse la cabeza
Conozco el irresistible placer de rascarse la cabeza. Nada como la exploración de mis dedos arrastrándose entre el césped de la mollera donde nunca pondré los ojos. Si los pusiera ahí, tal vez me daría asco. Porque no debe explicarse, porque es intransferible, el placer permanece lejos de la vista. Así, para alcanzar el deleite de rascarse la cabeza es necesario obedecer las tácticas suasorias del disfraz y el ocultamiento, confiando en la acumulación de indicios a los que despiertan el tacto y el oído.
Se trata de una ceremonia por demás simple, cuya única dificultad radica en dejar que la uña divague por algunos minutos antes de encajarse en el lomo de una costra. Si la mano está bien acostumbrada, si es tu mano, no tardará en localizar los pliegues de dicha encubiertos por el jardín oscuro de la pelambre. El meñique sabrá arañar, el anular sabrá remover y el índice discernirá el fruto entre la madeja, guiado por una intuición infalible. Pero una vez que se ha encontrado el sitio definitivo, no se debe hacer esperar a la mano demasiado tiempo, porque esta postura puede resultarle poco confortable y hasta dolorosa, y el placer, sin llegar necesariamente a perderse, podría reducirse a un cosquilleo blando y sin fuerza. Sólo la cadencia es importante.
Ya que es una piel menos expuesta a las ambiciones de terciopelo que anidan en la mejilla —reñida siempre con el poro y el grano—, el cuero cabelludo no acepta las emociones fáciles de la caricia. Donde todo es fibroso y amorfo, donde la epidermis velluda nos recuerda que alguna vez fuimos bestias, es necesario profanar. La incursión, entonces, debe ser afanosa, pendular, incisiva; una danza de bisturí y limadura dispuesta a luchar suavemente contra la resistencia de la corteza capilar hasta convertirla en viruta. A eso lo han llamado algunos entendidos “descamar a la serpiente”. Pero en ningún caso se debe asistir a una mutilación. Todo lo contrario; rascarse la cabeza es un acto de paciencia y persuasión, donde la arena se entregará a la mano sólo si ésta sabe entablar una conversación efusiva, hecha de gestos dactilares, frotaciones calculadas para doblegar sin violencia. Una uña titubeante no lo logra; una brutal, tampoco. El descamador de serpientes sabe que sólo de la experiencia puede provenir el placer.
Mientras el tacto se hunde entre los filamentos, sobreviene el éxtasis de la audición. Según Cocteau, durante su periodo de desintoxicación de opio le bastaba poner la cabeza sobre el brazo para escuchar catástrofes, fábricas en llamas, inundaciones, todo un apocalipsis en la noche estrellada del cuerpo. Así, durante la embriaguez del rascador, son incontables las aventuras del oído que sabe entregarse al estruendo de la melena, al escarceo del cavador de fosas, al pájaro afilando su pico contra las ramas. De pronto, si se ha escuchado bien, se presiente el aleteo. Es el espasmo. A este breve temblor de dicha sigue el plácido letargo de la uña entre los escombros del occipucio.
Se diría que rascarse la cabeza es un gesto anodino, o bien, de esterilidad mental, desesperación, ansiedad. Quienes la han padecido saben, sin embargo, que la comezón es todo lo contrario a la indiferencia. Yo agregaría —y a esta conclusión me ha llevado la propia experiencia—que no hay nada más hipócrita que el gesto fatigado de El pensador de Rodin: la verdadera, la única, pasión del hombre reflexivo es sobarse el cráneo. En esa costumbre, en ese vicio dirán algunos, no sólo he encontrado la ocasión privilegiada para ponerme a pensar en lo que se me antoja, sino que, como si tuviera el oído puesto en las yemas de los dedos, consigo escuchar la actividad secreta de mi cerebro.
Quien me viera en esos momentos pensaría que soy presa del aburrimiento o la desidia. En realidad, se trata de la única forma en que mi ánimo logra recrearse. Afortunadamente carezco de testigos: rascarse la cabeza es un placer que sólo puede disfrutarse a solas, y he llegado a pensar incluso que la tonsura eclesiástica no representa otra cosa que la sustitución de un onanismo por otro.

¿Qué es lo que trata de expresar la autora de este ensayo?

Respuestas a la pregunta

Contestado por michaelpesantez2000
0

Respuesta:

quiere decir que seamos bondadosos

Explicación:

eso quiere decir la autora

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