El niño y el viejo pescador
Con el corazón a saltos y la respiración entrecortada, penetró el muchacho al miserable tugurio donde vivía su viejo amigo.
- ¿Qué le pasa, don Serapio? ¿Se siente mal?
- Es esta tos que ni dormir me deja...
- ¿Quiere que le alcance algo? ¿Qué le prepare algún remedio o le caliente algunos traguitos de leche?
- No, gracias. Con que vengas a visitarme me basta.
Pero Doroteo había visto ya que allí no había leche, ni pan, ni medicinas de ninguna clase. Y que aquel pobre viejo solitario no tenía a nadie que lo cuidara.
Salió del rancho con la garganta oprimida por tremenda angustia. Para él no había nadie en el mundo como don Serapio, aquel viejecito enjuto y esmirriado que lo llevaba al monte, que le enseñaba a pescar y, sobre todo, que lo trataba con una dulzura y un cariño que no había encontrado jamás en otra parte, y que tanto bien hacía a su sensible espíritu.
- Tengo que ayudarlo de cualquier manera -se decía mientras volvía a la destartalada casucha donde vivía con sus tíos, tan pobres como don Serapio, lo cual hacía inútil la búsqueda de soluciones por aquel lado.
De pronto se le ocurrió una idea. En los alrededores del pueblo vivía un excéntrico inglés, de profesión arquitecto, y al que todo el vecindario atribuía la curiosa costumbre de comer pájaros.
A la mañana siguiente, muy temprano, ya estaba Doroteo en casa del inglés.
- Me han dicho que a usted le gustan los pájaros, ¿es cierto?
- Sí, muchacho.
- Entonces seguramente me comprará los que le traigo aqui. Y espero que me pague bien, porque tengo muchísima necesidad de dinero.
El inglés miró con curiosidad al pequeñín de diez años que así hablaba de apremios económicos, pero no hizo comentarios al respecto, limitándose a decir:
- Bueno, veamos la mercadería.
Había de todo en la bolsa de Doroteo: palomas grandes y chicas, gallinetas y hasta alguna perdiz cazada en las orillas del monte.
- Vea qué gordas están. ¿Cuánto me paga por ellas? Le repito que estoy muy necesitado.
- Bueno, entonces, y teniendo en cuenta tus apremios, te daré por el lote treinta bolívares.
Volaba más que corría Doroteo, apretando entre sus deditos los preciados billetes.
Corrió hacia la farmacia y compró pastillas de eucalipto. Después en una tienda compró queso y galletitas. Y finalmente fue por leche al establo, donde compró también un poco de mantequilla.
- Llegó al rancho y dijo: ¡Mire lo que traigo, don Serapio! ¡Pastillas para la tos y alimentos que lo van a poner fuerte! ¡Pronto volveremos a ir juntos a pescar!
Era demasiado tarde, por desgracia. El buen viejo estaba ya callado y quieto para siempre. Pero sus labios parecían sonreír. Y en sus entreabiertos ojos brillaba aún una luz que la muerte no había podido apagar, y en la que el niño creyó ver una expresión de reconocimiento a su gesto, no por inútil menos bello y generoso.
Constancio Vigil (Adaptado).
I. Después de haber leído, responde:
¿Qué ocurría con don Serapio?
¿Por qué Doroteo sentía tanto cariño por el anciano?
¿Qué entiendes por amor al prójimo?
II. Ordena las viñetas con números y describe lo que cada una representa:
III. Escribe sí o no según corresponda:
- Doroteo tenía diez años y era muy bueno.
- Don Serapio era pobre y estaba enfermo.
- El anciano había sido pescador.
- El niño vendió pájaros al inglés.
- El Anciano había muerto mientras el niño compraba
Las medicinas.
IV. Marca con un aspa (X) la respuesta correcta:
- Doroteo actuó muy bien porque...
Era un niño de un corazón muy sensible.
le gustaba mucho ayudar a la gente.
- Los valores que se pueden aprender de Doroteo son:
Solidaridad justicia honestidad
generosidad bondad responsabilidad
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