el emifero imperio de maximiliano
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El Segundo Imperio Mexicano es el nombre del estado gobernado por Maximiliano de Habsburgo como Emperador de México, formado a partir de la segunda intervención francesa en México entre 1863 y 1867.
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El 28 de mayo de 1864 los nuevos emperadores desembarcaron en Veracruz. Inmediatamente partieron hacia la Cd. de México, donde hicieron su entrada triunfal el 12 de junio de aquel año; escogiendo como su residencia el Castillo de Chapultepec.
En los siguientes meses los juaristas fueron perdiendo terreno, teniendo
Los problemas con la Iglesia respecto a la confiscación de sus bienes urgían ser resueltos, pero Maximiliano decidió posponerlos. A fines de 1864 llegó el nuevo Nuncio papal Mons. Pedro Francisco Meglia. El emperador decidió confirmar las confiscaciones realizadas por Juárez, mientras Carlota confió en carta a la emperatriz francesa Eugenia, que nuevas confiscaciones y ventas de bienes eclesiásticos serían un gran negocio para la paupérrima hacienda pública.
En respuesta, Maximiliano decretó el 27 de diciembre de 1864 la ratificación de las Leyes de Reforma decretadas por Juárez. Exigió también el derecho de patronato por el que podía nombrar obispos y dignatarios eclesiásticos. A continuación escribió una carta ofensiva para los obispos y, no contento con eso, el 7 de enero de 1865 expidió el decreto del Exequatur (en latín “ejecútese” o “que pase”), es decir la aprobación imperial previa para todos los documentos pontificios. Ante las nuevas confiscaciones realizadas contra la Iglesia, el Nuncio abandonó la Cd. de México en abril de 1865.
Aquello significaba tácitamente, el rompimiento de relaciones diplomáticas con El Vaticano y lo que era peor, el distanciamiento de los católicos y conservadores que formaban el 98% de la población y que le habían ofrecido el trono; quienes ya no veían ninguna diferencia entre Juárez y el Emperador.
Al paso del tiempo, Maximiliano fue perdiendo amigos, colaboradores y el apoyo de los conservadores; alejando de su servicio a quienes eran fieles a la monarquía, poniendo en su lugar a liberales, pensando que así, los ganaría para su causa. A seis meses de haber llegado a México, el Emperador había cometido mayúsculos errores. Sin duda el principal fue su enfrentamiento con la Iglesia.
Mientras tanto, los juaristas pertrechados militarmente por los E.U., iban recuperando una por una las ciudades del norte del país.
Ante esto, el 3 de octubre de 1865, en una decisión que sería fatal para él, Maximiliano firmó un decreto en el que se hacía saber que: “todo aquel que apoyase a Juárez le serían confiscados sus bienes, sería desterrado o fusilado”. Ante este decreto la guerra se hizo más sangrienta y cruel, pues el general Bazaine ordenó a sus soldados: “¡ni clemencia ni prisioneros!”
El 20 de octubre de 1866 ante la evidencia de que el Imperio se estaba derrumbando, el Emperador decidió partir hacia Orizaba. Dos días antes había recibido noticias por las que se enteró que Carlota había perdido la razón en Roma y, que había sido trasladada al Castillo de Miramar, donde fallecería a lo largo del primer cuarto del siglo XX.
El 28 de noviembre, Maximiliano decide regresar a la Cd. de México a pesar de que el ejército francés se retiraba del país rumbo a Europa. La retirada duró del 13 de febrero al 12 de marzo de 1867 y, no obstante las exhortaciones del general Bazaine para que se fuera con ellos; Maximiliano se negó a abandonar el territorio mexicano.
Por aquellas fechas y ya sin el apoyo militar francés; sólo quedaba en poder de los imperialistas las ciudades de México, Puebla, Veracruz y Querétaro. En esta última ciudad decidieron el Emperador y los generales de su ejército dar la última batalla. Sólo les quedaban nueve mil hombres para enfrentar al ejército liberal de sesenta mil soldados.
Los juaristas pusieron sitio a Querétaro. Setenta y un días ya llevaba el sitio, cuando el general conservador Miguel López, se presentó al campamento juarista ofreciendo entregar el cuartel general de Maximiliano si los liberales se comprometían a respetar la vida del Emperador. En la madrugada del 15 de mayo de 1867, López condujo a los soldados liberales hasta el lugar donde dormían Maximiliano y sus principales jefes militares. A causa de esta traición y sin disparar un solo tiro, el general liberal Echegaray hizo prisionero a Maximiliano.
De acuerdo al decreto que él mismo había emitido aquel tres de octubre de 1865, un consejo de guerra juzgó y condenó a muerte al Emperador y a los generales Miramón y Mejía. La orden de Bazaine “¡ni clemencia ni prisioneros!” fue aplicada también a Maximiliano y a sus colaboradores. El 16 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, fue cumplida la sentencia.
En los siguientes meses los juaristas fueron perdiendo terreno, teniendo
Los problemas con la Iglesia respecto a la confiscación de sus bienes urgían ser resueltos, pero Maximiliano decidió posponerlos. A fines de 1864 llegó el nuevo Nuncio papal Mons. Pedro Francisco Meglia. El emperador decidió confirmar las confiscaciones realizadas por Juárez, mientras Carlota confió en carta a la emperatriz francesa Eugenia, que nuevas confiscaciones y ventas de bienes eclesiásticos serían un gran negocio para la paupérrima hacienda pública.
En respuesta, Maximiliano decretó el 27 de diciembre de 1864 la ratificación de las Leyes de Reforma decretadas por Juárez. Exigió también el derecho de patronato por el que podía nombrar obispos y dignatarios eclesiásticos. A continuación escribió una carta ofensiva para los obispos y, no contento con eso, el 7 de enero de 1865 expidió el decreto del Exequatur (en latín “ejecútese” o “que pase”), es decir la aprobación imperial previa para todos los documentos pontificios. Ante las nuevas confiscaciones realizadas contra la Iglesia, el Nuncio abandonó la Cd. de México en abril de 1865.
Aquello significaba tácitamente, el rompimiento de relaciones diplomáticas con El Vaticano y lo que era peor, el distanciamiento de los católicos y conservadores que formaban el 98% de la población y que le habían ofrecido el trono; quienes ya no veían ninguna diferencia entre Juárez y el Emperador.
Al paso del tiempo, Maximiliano fue perdiendo amigos, colaboradores y el apoyo de los conservadores; alejando de su servicio a quienes eran fieles a la monarquía, poniendo en su lugar a liberales, pensando que así, los ganaría para su causa. A seis meses de haber llegado a México, el Emperador había cometido mayúsculos errores. Sin duda el principal fue su enfrentamiento con la Iglesia.
Mientras tanto, los juaristas pertrechados militarmente por los E.U., iban recuperando una por una las ciudades del norte del país.
Ante esto, el 3 de octubre de 1865, en una decisión que sería fatal para él, Maximiliano firmó un decreto en el que se hacía saber que: “todo aquel que apoyase a Juárez le serían confiscados sus bienes, sería desterrado o fusilado”. Ante este decreto la guerra se hizo más sangrienta y cruel, pues el general Bazaine ordenó a sus soldados: “¡ni clemencia ni prisioneros!”
El 20 de octubre de 1866 ante la evidencia de que el Imperio se estaba derrumbando, el Emperador decidió partir hacia Orizaba. Dos días antes había recibido noticias por las que se enteró que Carlota había perdido la razón en Roma y, que había sido trasladada al Castillo de Miramar, donde fallecería a lo largo del primer cuarto del siglo XX.
El 28 de noviembre, Maximiliano decide regresar a la Cd. de México a pesar de que el ejército francés se retiraba del país rumbo a Europa. La retirada duró del 13 de febrero al 12 de marzo de 1867 y, no obstante las exhortaciones del general Bazaine para que se fuera con ellos; Maximiliano se negó a abandonar el territorio mexicano.
Por aquellas fechas y ya sin el apoyo militar francés; sólo quedaba en poder de los imperialistas las ciudades de México, Puebla, Veracruz y Querétaro. En esta última ciudad decidieron el Emperador y los generales de su ejército dar la última batalla. Sólo les quedaban nueve mil hombres para enfrentar al ejército liberal de sesenta mil soldados.
Los juaristas pusieron sitio a Querétaro. Setenta y un días ya llevaba el sitio, cuando el general conservador Miguel López, se presentó al campamento juarista ofreciendo entregar el cuartel general de Maximiliano si los liberales se comprometían a respetar la vida del Emperador. En la madrugada del 15 de mayo de 1867, López condujo a los soldados liberales hasta el lugar donde dormían Maximiliano y sus principales jefes militares. A causa de esta traición y sin disparar un solo tiro, el general liberal Echegaray hizo prisionero a Maximiliano.
De acuerdo al decreto que él mismo había emitido aquel tres de octubre de 1865, un consejo de guerra juzgó y condenó a muerte al Emperador y a los generales Miramón y Mejía. La orden de Bazaine “¡ni clemencia ni prisioneros!” fue aplicada también a Maximiliano y a sus colaboradores. El 16 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, fue cumplida la sentencia.
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