El dominio de si mismo de una cita biblica de San Pablo
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Respuesta:
El dominio de sí mismo es como la síntesis de todos los todos los demás frutos del Espíritu Santo. Es la capacidad de mantener bajo control los impulsos instintivos de nuestras pasiones. Es el control que debemos tener de nosotros mismos en todos nuestros comportamientos. El dominio de sí mismo exige la pureza de la vida, el triunfo en la sensualidad, la pereza, el egoísmo. En cada circunstancia, incluso la más difícil, el dominio de sí mismo nos da la calma y nos orienta a tomar cada decisión según la Palabra de Dios. Mansedumbre y dominio de sí mismo son esas expresiones del amor que dan el toque final a la real fisonomía cristiana. Son dos expresiones íntimamente vinculadas: hay que ser fuertes para ser “dócil”, hay que ser fuertes para “dominar a sí mismo”. El real dominio de sí mismo se encuentra en el hombre fuerte, amantado de mansedumbre. La mansedumbre, dice San Tomás de Aquino, lleva al hombre al máximo grado de dominio de sí mismo.
El apóstol Pedro habla de esta virtud: “La potencia divina nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina, sustrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia. Por esta misma razón, pongan todo el empeño posible en unir a la fe, la virtud; a la virtud, el conocimiento de Dios; al conocimiento, la templanza; a la templanza, la perseverancia; a la perseverancia, la piedad; y quien conoce a Dios, aprenda a “dominar a sí mismo”y añadir al “dominio de sí mismo”, la paciencia; a la paciencia, la piedad; a la piedad, el espíritu fraternal; al espíritu fraternal, el amor (2 P 1,4-7). De este texto se deduce que la salvación es un don de Dios, pero también el fruto de nuestro compromiso, que es necesario un conocimiento cada vez mayor de la voluntad de Dios y un esfuerzo real para llegar a dominar a sí mismos.
Jesús también le dice a Luisa que, para los que viven en la Divina Voluntad, la tierra no es exilio, porque el Fiat Divino en lugar de desnudar, llena el alma de sus bienes hasta el borde, le da el dominio de sí misma, convierte las pasiones en virtudes, las debilidades en fortaleza divina. Ella da alegría y felicidad sin número, da por Gracia lo que Ella es por naturaleza, firmeza, inflexibilidad perenne. Es un exilio para quien está tiranizado por las pasiones, sin dominio de sí mismo, sin poder extenderse en su Dios, y si piensa algunos bienes, se mezcla, está rodeado por las tinieblas.
Jesús ha dicho que por los frutos se reconoce el árbol bueno o malo (Lc 6,43-44). Esto también se aplica a los frutos del Espíritu Santo. Para disfrutar de los frutos del Espíritu es necesaria nuestra libre colaboración a su acción. Si no conseguimos que maduren los frutos del Espíritu y no les manifestamos en nuestra vida de todos los días, significa que resistimos a su obra en nosotros. Es necesario un esfuerzo enorme para dominar a sí mismo, pero quien se esfuerza por vivir el amor tal como Jesucristo nos ha enseñado, poco a poco se dará cuenta de que su vida adquirirá la belleza, sentirá la alegría de ser uno que tiene el dominio de sí mismo. Pero este debe ejercitarse en continuación. Jesús, en los escritos de Luisa, subraya mucho esta necesidad y afirma que un bien prolijo asegura a Dios y el alma. La prolijidad del bien sólo es la prueba más cierta que asegura a Dios y el alma del estado en el que se encuentra. Un estado extendido de paciencia en el sufrimiento y de encuentros dolorosos de la vida, una oración repetida sin cansarse de repetirla, una fidelidad, una constancia e igualdad de maneras en todas las circunstancias, forma un terreno suficiente, regado con la sangre de su corazón, donde Dios se siente llamado por todos los actos de la criatura como muchos seguros que puede cumplir sus proyectos más grandes y la misma criatura siente, en la prolijidad de sus actos, el dominio de sí misma y el seguro que no vacilará. El bien de un día no dice nada, un bien hoy sí y mañana no dice debilidad y volubilidad, todos frutos de la voluntad humana, un bien inconstante dice que para la criatura ese bien y esa virtud no son una prioridad suya y, por eso, al no ser en su poder, el bien se convierte en mal y la virtud en vicio. El alma, para asegurarse de que posea un bien, una virtud, debe sentir en sí misma la vida de esa virtud y debe ejercitarse en ese bien con constancia férrea, de años y años y para toda la vida. Y Dios se siente seguro de hacer su parte y obrar cosas grandes en la constancia de la criatura. Jesús reitera este concepto y dice que cada sufrimiento que el alma sufre es un dominio de sí misma aún más, porque la paciencia en el sufrimiento es régimen y, al sostenerse a sí misma, cuanto más sufre, tanto más dominios adquiere y no hace más que extender y ampliar su reino del Cielo, adquiriendo riquezas inmensas para la vida eterna.