El diccionario de la historia de las ideas 1972
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Aunque siempre está detrás de la de los libros, o en ellos, la batalla de las ideas sigue manteniendo su protagonismo en
el siglo veintiuno. Particularmente después del affaire Dreyfus, los novelistas casi nunca están ausentes de esas luchas.
Ninguno ha estado en el meollo de la versión hispanoamericana de esa condición como Mario Vargas Llosa, con sus
ensayos, novelas, periodismo, y textos afines. En este siglo, el ubicuo autor es también el reconocido director de una
orquestación internacional (no oficial) a favor de la libertad en la literatura y las ideas sociales que la nutren. Como con
todo buen director, su primacía surge sólo cuando es necesario, con una especie de yo antagónico. El esquema que
sigue descifra el contexto individual e internacionalista del pensamiento de ese hombre-orquesta. Si se ha postulado de
varias maneras que su obra es una serie de preguntas, también es verdad que ha dado muchas respuestas. Así, se ha
convertido en un autor necesario, y por ende también vale saber por qué otros creen lo opuesto. Este artículo no es ni
podrá ser, entonces, una hagiografía, lo último que querría Vargas Llosa. A pesar de que el éxito de una novela como
La Fiesta del Chivo (2000) lo ubicó por más de un año seguido en listas de superventas, es muy revelador que casi
inmediatamente publicó los ensayos de El lenguaje de la pasión (2001), como para nutrir a su narrativa de las ideas que
siempre la contextualizan.
Esta tendencia continúa con El Paraíso en la otra esquina (2003) y La tentación de lo imposible: Victor Hugo y Los
miserables (2004), y el año pasado con Travesuras de la niña mala (2006) y Diccionario del amante de América Latina
(2006). Como asevera un reseñador de Touchstones: Essays on Literature, Art and Politics (2007), selección en inglés
de la prosa no ficticia que ha ido publicando en El País y otros periódicos, Vargas Llosa tiene la energía de un Victor
Hugo, y esos ensayos, artículos y notas: “Ilustran cómo su crítica literaria y de arte está acorde con sus convicciones
políticas, y revela la constancia de éstas durante los últimos veinte años. Es refrescantemente franco: impaciente con
las ideas recibidas y la corrección política, siempre cuidadoso para mantener lo que [aquí] llama su ‘independencia
moral’” (Griffin, 2007: 22). Es decir, su dinamismo imposibilita atraparlo como esclavo permanente de un maestro o una
idea fija. Sin embargo, es un lugar común crítico examinar la importancia de Sartre y Camus en el desarrollo del ideario
del autor, aunque él mismo haya esclarecido a principios de los ochenta su progresión intelectual hacia otra ideología,
partiendo del contexto de la batalla de las ideas de esos pensadores. Temporalizar así sus “influencias” ideológicas es
abreviar las atribuciones y ascendientes de un intelectual dinámico, limitarse al contexto del “último grito” (los años
cincuenta, digamos) de ideas que, después de todo, pretendían un alcance mayor.
Luego vendría su ruptura con el pensamiento que tutela al gobierno de Cuba hasta hoy. Pero su reacción al pensar
isleño cedió antes otras preocupaciones aliadas, como la visión del indigenismo de Arguedas, sobre quien ha venido
escribiendo desde 1955, cuando publicó una nota en El Comercio limeño titulada simplemente “José María Arguedas”.
Para finales de los setenta, establecida su canonicidad, su relación con las ideas se complicó y matizó positivamente,
expandiéndose más y más a la sociopolítica transatlántica. Alrededor de los ochenta, debido a su todavía mal
interpretado giro “conservador”, se comenzó a hablar de su dependencia en las ideas del filósofo Karl Popper,
especialmente en torno a la noción de una “sociedad abierta”. Otra vez, Vargas Llosa se encargó de poner ese peso del
pasado en perspectiva y nunca adhirió, por ejemplo, al radicalismo de los seguidores estadounidenses del pensamiento
socioeconómico de Friedrich A. von Hayek1
. Hacia finales del siglo veinte, y hasta la muerte del letón, el peruano
parecía fundar su inclinación ideológica en Isaiah Berlin, y en épocas recientes vuelve constante y matizadamente a
Jean-François Revel. Vargas Llosa se identifica implícitamente con Revel por dar batallas que otros no se atreverían a
dar, y cuando en un sesudo y reciente ensayo sobre su modelo dice “escribía con elegancia, razonaba con solidez y
1 Como asevera Werz, “Vargas Llosa manifiesta admiración por los contenidos filosóficos de los escritos de Hayek, pero admite que en
América Latina no podría funcionar un modelo de economía liberal pura” (227). Para un contexto latinoamericanista más amplio. Véase
Steven Topik, “Kart Polanyi and the Creation of the ‘Market Society’”, en Centeno y López Alves (81-104). Toda traducción es mía
excepto donde indique lo contrario
Explicación:
cionario de primaria y secundaria y bachillerato carrera