el cuento de mario benedetti es considerado como
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En este continente latinoamericano donde los espacios de «lo real pavoroso» -es expresión del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum- y aquellos elaborados por la ficción suelen separarse apenas por una sutil línea de vértigo; en estos territorios donde, como sostiene Mario Benedetti, la muerte ha dejado de ser para el escritor «una preocupación ontológica» y se ha convertido en «una absurda, prematura e injusta interrupción de la vida», los actuales códigos semióticos conceden cada vez mayor importancia a la significación que poseen las apoyaturas físicas sobre las cuales -e integrándola- se desarrolla la acción ficcional. Al dibujarse en el entramado textual los insoslayables trazos de lo social -así se trate de una pieza teatral o de los lugares y objetos que ofician de marco referencial en el devenir narrativo- estos «encuadres físicos» reclaman del destinatario -aun teniendo en cuenta la variabilidad de los ángulos de visión sociocultural en los que está implicada toda lectura- no solamente una aguda recepción imaginaria -mirada «cómplice» o participativa- sino también un estar alerta a otros aspectos sensoriales -auditivos, táctiles, aun olfativos- que le permitan captar esa «dinámica de trueques y prestaciones» que se genera entre los diferentes niveles imbricados en el texto: histórico, religioso, psicológico, mítico, fantástico, ético, estético.
Ciertas experiencias humanas que suelen presentarse como funciones metahistóricas -el sexo, el idioma, el hambre y otras carencias derivadas de las diversas formas de coacción ejercidas por los opresores sobre los oprimidos, llegan a comprometer directa y prioritariamente al cuerpo humano considerado como «espacio político». «Las relaciones de poder operan sobre él como presa inmediata: lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio», sostiene Michel Foucault(65), y agrega luego que «la historia de los castigos» ha llevado consigo, a través de los siglos, una «historia de los cuerpos», de su fuerza, de su docilidad o sumisión, fuertemente vinculada a las estructuras jurídicas, a las ideologías, a las creencias de cada época. El cuerpo se convierte pues, en campo de combate, de desafío, de provocación, de resistencia. Él mismo crea y distribuye en su materialidad las estrategias de lucha y, como en un mapa, se van delineando las «marcas» que en el «territorio humano» produce el entorno, que dibuja senderos expresivos, puntos de convergencia, signos y huellas imperecederas, en fin, del devenir histórico. Reproduciendo de este modo, a nivel individual, los «focos de conflicto», las señales que deja el ejercicio ilimitado del poder, la «sagacidad perversa» de sus dispositivos pseudolegales
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