El chingolo, ese pajarito travieso que todos tenemos en nuestro patio y que, desenfadado y familiar se introduce hasta en las piezas en busca afanosa de alimento, no camina: anda a saltitos y su cuerpo vivo, ágil y graciosamente delineado descansa sobre un par de patitas delgadas y frágiles. Esta manera de andar a saltos es resultado de una maldición con que fue castigada su audacia. Antes su plumaje era de color dorado y brillante como el del picaflor, pero se le volvió oscuro, a raíz también de esa maldición. Presuntuoso, soberbio, engreído con su vuelo rápido y seguro, el chingolo hallábase en lo más alto del campanario de una iglesia antigua. Una chingolita tan linda y viva como él estaba a su lado. La torre era ancha, toda de piedra y parecía hecha para mantenerse erguida una eternidad. Los siglos resbalaban sobre ella dejándola intacta, sin más rastros que la pátina oscura de su sagrada vetustez. Las dos avecillas discurrían alegremente a lo largo de las cornisas; subían, bajaban, daban vueltas, no paraban un instante. Era como un temblor de luz en el oro de puro sol. El chingolo hacía prodigios de agilidad y donaire para lucirse ante la pajarita y, pareciéndole que todo su alarde de fuerza y empaque era poco, se detuvo, afianzó las frágiles patitas en la veleta de hierro macizo e hinchado de vanidad y de suficiencia al ver al sol fulgir en su plumaje dijo así a su compañera: -“¿sabes? si yo quisiera de una patada echaría abajo esta torre.” La pajarita rió con malicia la audacia. El soberbio se sintió ofendido y, para demostrar su fuerza dio una patada contra la torre. La torre siguió en su inmovilidad centenaria pero una ráfaga silbante de aire negro y pesado envolvió y arrebató al ave que cayó desde lo alto de la cúpula. Cuando el chingolo pretendió caminar con su habitual arrogancia, se sintió impedido; torpe y desgarbado resultó su andar, tal como si unos grillos invisibles lo sujetaran fuertemente. Al verle así la chingola se horrorizó de su desairado porte y huyó negándole su cariño. El chingolo lloró, lloró tanto que sus lágrimas apagaron el fulgor de su plumaje. Cuando su cuita llegó junto a su madre, esta lloró y enfermó de pena. Desde entonces el chingolo exhala su queja en el doliente che sy hasy. Fuente consultada: Paraguay. Ministerio de Educación y Cultura (2008) Lengua Castellana 5.º Grado EEB. Pág. 19.
6.En el primer párrafo del texto leído, ¿con cuál de estas palabras podría ser reemplazada la palabra “audacia”, sin perder el sentido en el texto?Respuesta necesaria. Opción única.
Respuestas a la pregunta
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21
Explicación:
c,b,d,a
espero que esté bien porque leí el texto
vg8315399:
dale gracias
Contestado por
12
Respuesta:
lá primeira palavra és la palavra correta
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