El arte paleocristiano, desarrollado antes del triunfo del cristianismo se puede apreciar en las pinturas murales hechas en las catacumbas o cementerios subterráneos dónde se refugiaban los primeros cristianos.
En estas pinturas tenía mayor interés el valor espiritual que el valor artístico, por eso se caracterizaban por su simplicidad técnica y el uso de formas convencionales que se acoplaban a los símbolos y ornamentos paganos para expresar los nuevos ideales religiosos.
Las catacumbas están formadas por largos y estrechos pasillos que distribuidos en varias direcciones y niveles constituyen complicados laberintos y refugios. Este sitio ofreció seguridad a los primeros practicantes porque la ley romana prohibía invadir los cementerios. En sus paredes se hicieron pinturas, se abrieron cavidades para tumbas y se reservaban los espacios más amplios para reuniones y ceremonias. Entre las catacumbas más importantes están la de san Calixto y la de Santa Priscila en Roma.
Con el triunfo del cristianismo, después del edicto de Milán, se adaptó el modelo de la basílica romana como lugar de culto, dado su carácter utilitario y público que permitía una gran concentración de personas.
La escultura de los primeros siglos del cristianismo se inspira en los modelos y técnicas de la escultura romana aunque esta se hallaba en la decadencia. Se conocen pocos ejemplares de la escultura exenta.
En las pinturas se trabajaba en las catacumbas a través de símbolos,, utilizaban el crismón o monograma de cristo, el pez como el símbolo de Jesucristo, el cordero representa a Jesucristo, la paloma simboliza la paz, la palma el triunfo y el pan simboliza la sagrada escritura.
Un esquema arquitectónico se impuso: planta rectangular con tres naves, la central más alta y amplia que las laterales y un espacio principal donde se ubicaba el altar. Las naves estaban separadas por una fila de columnas coronadas de arcos y ventanas superiores. Entre las principales basílicas que se conservan está la de San Juan de Letrán, la de San Pablo extramuros y la de Santa Sabina en Roma.
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