dos características de la liturgia de la palabra.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
Explicación:
a) La liturgia es trinitaria: La liturgia es obra de la Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El Padre es fuente y fin de la liturgia . “Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y bajo la acción del Espíritu Santo, bendice al Padre por su don inefable mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre “la ofrenda de sus propios dones” y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida para alabanza de la gloria de su gracia” .
b) La liturgia es cristocéntrica: es decir, tiene como centro a Cristo resucitado y glorioso. Nos reunimos en cada sacramento en torno a Cristo y por medio de Él, en torno al Padre, en unión con el Espíritu Santo, y Cristo nos comunica su salvación, su amor, su misterio que sacia nuestra sed de felicidad. ¿Por qué Cristo es el centro de la liturgia? Porque solo Él es el Mediador, el único Mediador entre Dios y los hombres.
Es decir, sólo a través de Cristo llegarán al Padre nuestras oraciones, peticiones, nuestra adoración y acción de gracias. Y sólo a través de Cristo, el Padre nos concederá todo lo que necesitamos; nos llegará todo don a través de este único Mediador.
Cristo en cada liturgia ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. La presencia de Cristo en la liturgia no es estática, sino dinámica. Por eso en cada acto litúrgico, nos concede la salvación de modo dinámico, recibiendo toda su fuerza salvadora.
c) La liturgia es pneumatológica: quien lleva a cabo esta fuerza salvadora en la liturgia es el Espíritu Santo, con su acción invisible, pero real y eficaz.
Es el Espíritu Santo el que santifica el agua en el bautismo, para que Cristo nos limpie del pecado y nos regenere e infunda la nueva vida, es decir, la vida divina y trinitaria.
Es el Espíritu Santo el que hace el milagro en la eucaristía mediante la conversión del pan en el Cuerpo de Cristo, y el vino en la Sangre de Cristo, para que sean nuestro alimento espiritual y fortalecernos en el camino y entrar en una comunión con Él íntima y profunda en el alma.
Es el Espíritu Santo en la confirmación el que completa la primera unción del bautismo con su sello y da la fuerza para ser testigos y apóstoles de Cristo en este mundo, sin miedos y sin respetos humanos, como los apóstoles, aunque tengamos que derramar nuestra sangre en la defensa de nuestra fe en Cristo, como lo hicieron nuestros hermanos mártires.
Es el Espíritu Santo el que ilumina nuestra mente para que descubramos nuestros pecados en la confesión, el que pone en nuestro corazón el arrepentimiento sincero, y el que afianza en nuestra voluntad el propósito de enmienda, y es el Espíritu Santo, junto con el Padre y Cristo, quien nos perdona los pecados.
Es el Espíritu Santo el que en la unción de enfermos se hace consuelo, fuerza, alivio, y brisa que conforta a quien esta enfermo.
Es el Espíritu Santo el que baja al alma de ese hombre en el orden sagrado y lo sella, con carácter imborrable, haciéndole sacerdote, configurándole con Cristo, haciéndole otro Cristo, para que lo represente sacramentalmente. Y será el Espíritu Santo el que poco a poco infundirá en ese hombre el espíritu de santidad.
Y es el Espíritu Santo el que en el matrimonio une cuerpos y almas de estos dos contrayentes haciéndoles uno, y el que les dará la gracia de la fidelidad a esa palabra empeñada en el altar del Señor, y la gracia para educar cristianamente a sus hijos.
Por tanto, es el Espíritu Santo el que trae la gracia de Cristo a cada uno, en cada acto litúrgico.
d) La Liturgia es eclesial: las acciones litúrgicas, dice el Vaticano II “no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia”. Es la Iglesia la que celebra cada liturgia. Y cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, recibe ese influjo divino, esa gracia que necesita según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual dentro de la Iglesia. Todas las gracias, y la salvación de Cristo nos vienen en la Iglesia, desde el día del bautismo. Aún sin estar insertos en la Iglesia, la gracia de Dios y la salvación de Cristo llega a todos los hombres, pero siempre a través de la mediación –misteriosa pero real- de la Iglesia.
Respuesta:
Los orígenes
El «clima
El lenguaje
Explicación:
lo siento es lo único que me acuerdo