donde van los signos de puntuación : “Caza del tigre”.
Chiquitos mios: lo que mas va a llamar la atencion de ustedes, en esta primera carta, es el
que este manchada de sangre. La sangre de los bordes del papel es mia, pero en medio hay
tambien dos gotas de sangre del tigre que cace esta madrugada. Por encima del tronco que
me sirve de mesa, cuelga la enorme piel amarilla y negra de la fiera.
¡Que tigre, hijitos mios! Ustedes recordaran que en las jaulas del zoo hay un letrero que
dice “Tigre cebado”. Esto quiere decir que es un tigre que deja todos los carpinchos del rio
por un hombre. Alguna vez ese tigre ha comido a un hombre y le ha gustado tanto su
carne, que es capaz de pasar hambre acechando dias enteros a un cazador, para saltar sobre el y devorarlo, roncando de satisfaccion.
en todos los lugares, donde se sabe que hay un tigre cebado, el terror se apodera de las
gentes, porque la terrible fiera abandona entonces el bosque y sus guaridas para rondar
cerca del hombre. En los pueblitos aislados dentro de la selva, durante el dia mismo, los
hombres no se atreven a internarse mucho en el monte. Y cuando comienza a oscurecer, se encierran todos, trancando bien las puertas.
Respuestas a la pregunta
Respuesta:
no se
Expliajajj
Respuesta:
Explicación:
CHIQUITOS MÍOS: Lo que más va a llamar la atención de ustedes, en esta primera carta, es el que esté manchada de sangre. La sangre en los bordes del papel es mía; pero en medio hay también dos gotas de sangre del tigre que cacé esta madrugada.
Por encima del tronco que me sirve de mesa, cuelga la enorme piel amarilla y negra de la fiera.
¡Qué tigre, hijitos míos! Ustedes recordarán que en las jaulas del zoo hay un letrero que dice : "Tigre cebado". Esto quiere decir que es un tigre que deja todos los carpinchos del río por un hombre. Alguna vez ese tigre ha comido a un hombre; y le ha gustado tanto su carne, que es capaz de pasar hambre acechando días enteros a un cazador, para saltar sobre él y devorarlo, roncando de satisfacción.
En todos los lugares donde se sabe que hay un tigre cebado, el terror se apodera de las gentes, porque la terrible fiera abandona entonces el bosque y sus guaridas para rondar cerca del hombre. En los pueblitos aislados dentro de la selva; durante el día mismo, los hombres no se atreven a internarse mucho en el monte. Y cuando comienza a oscurecer, cierran todos, trancando bien las puertas.
Bien, chiquitos. El tigre que acabo de cazar era un tigre cebado. Y ahora que están enterados de lo que es una fiera así enloquecida por la carne humana, prosigo mi historia.
Hace dos días acababa de salir del monte con dos perros cuando oigo una gran gritería. Miro en la dirección de los gritos, y veo tres hombres que vienen corriendo hacia mí Me rodean en seguida, y uno tras otro tocan todos mi Winchester, locos de contento. Uno me dice:
—¡Che, amigo! ¡Lindo que viniste por aquí! ¡Macanudo tu guinche, che amigo!
Este hombre es misionero, o correntino, o chaqueño, o formoseño, o paraguayo. En ninguna otra región del mundo se habla así.
Otro me grita:
—¡Ah, vocé está muito bom! ¡Con la espingarda de vocé vamos a matar o tigre damnado!
Este otro, chiquitos míos, es brasileño por los cuatro lados. Las gentes de las fronteras hablan así, mezclando los idiomas.
En cincos minutos me enteran de que han perdido ya a cuatro compañeros en la boca de un tigre cebado: dos hombres y una mujer con su hijito.
Pero su alegría al verme dirán ustedes, ¿de qué proviene?
Proviene, chiquitos míos de que los cazadores del monte, aquí en el monte de Misiones, usan pistolas o escopetas a las que han cortado casi del todo los cañones, por lo cual yerran muchos tiros. Y usan esas cortas armas porque en la selva tropical estorban mucho las armas de cañones largos, cuando se tiene que correr a todo escape tras de los perros.
Mi Winchester, pues, que es un arma de precisión y carga 14 balas, entusiasma a los pobres cazadores.
Me dan datos recientes del tigre. Anoche mismo se le ha oído roncar alrededor de los ranchos: hasta que, cerca de la madrugada, ha arrebatado un chancho entre los dientes, exactamente como un perro que se lleva un pedazo de pan.
Ustedes deben saber, chiquitos, que el tigre que ha matado y ha comido ya parte de un animal corpulento, vuelve siempre a la noche siguiente a comer el resto de su caza. Durante el día se oculta a dormir; pero a la noche vuelve fatalmente a concluir de devorar a su presa.
Los cazadores y yo, pues, hallamos el rastro del tigre, y poco después, en un espeso tacuaral, lo que quedaba del pobre chancho. Allí mismo sujetamos cuatro tacuaras con ocho o 10 travesaños a tres metros de altura, y trepando arriba, nos instalamos a esperar a la fiera; el cazador correntino, el paraguayo, el brasileño y yo.
Las sombras comenzaban ya a invadir la selva cuando estuvimos instalados allá arriba. Y al cerrar del todo la oscuridad, al punto de que no nos veíamos las propias manos, apagamos todos los cigarros y dejamos de hablar.
¡Ah, chiquitos, ustedes no se figuran lo que es permanecer horas y horas sin moverse, a pesar de los calambres y de los mosquitos que lo devoran a uno vivo! Pero cuando se caza de noche al acecho, hay que proceder así. El que no es capaz de soportar esto, se queda tranquilo en su casita, ¿verdad?
Pues bien: mis compañeros, con sus escopetas recortadas y yo, con mi Winchester, esperamos en la más completa oscuridad...
¿Cuánto tiempo permanecimos así? A mí parecieron tres años. Pero lo cierto es que de pronto, en la misma oscuridad y el mismo silencio, sin que una sola hoja se hubiera movido, oí una voz que me decía sumamente