Inglés, pregunta formulada por Hiraminoco, hace 10 meses

Diganme una pequña sintestis del libro de Kane y Abel por lo menos una hoja world PORFA!!!!!!

Respuestas a la pregunta

Contestado por Andekis
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comprendió que no podría con él, y no sabía muy bien qué hacer al respecto. Pero como tenía una fe inconmovible en el destino, no se sorprendió cuando le arrebataron la decisión de las manos.

   El primer momento crucial de la vida de Wladek se presentó en una tarde del otoño de 1911. Toda la familia había terminado su cena sencilla compuesta de sopa de remolacha y albóndigas. Jasio Koskiewicz roncaba sentado junto al fuego, Helena cosía y los otros niños jugaban. Wladek estaba sentado a los pies de su madre, leyendo, cuando por encima del ruido que producían Stefan y Josef al disputarse unas piñas recién pintadas, oyeron un fuerte golpe en la puerta. Todos se callaron. Una llamada siempre provocaba sorpresa en la familia Koskiewicz, porque la pequeña cabaña estaba a dieciocho wiorsta de Slonim y a más de seis de la hacienda del barón. Casi no tenían visitantes, a los que sólo podían ofrecerles un trago de zumo de bayas y la compañía de unos niños bulliciosos. Toda la familia miró en torno con aprensión. Esperaron que se repitiera el golpe, como si éste no se hubiera producido. Y se repitió, con más fuerza aún. Jasio se levantó de su silla, somnoliento, se encaminó hacia la puerta y la abrió cautelosamente. Cuando vieron al hombre

   Wladek dejó su libro, se levantó y se acercó al extraño, tendiéndole la mano antes de que su padre pudiera detenerlo.

   –Buenas noches, señor -saludó Wladek.

   El barón le cogió la mano y se miraron a los ojos. Cuando el barón lo soltó, la mirada de Wladek se posó sobre una magnífica pulsera de plata que le rodeaba la muñeca, cuya inscripción no logró discernir claramente.

   –Tú debes de ser Wladek.

   –Sí, señor -respondió el niño, sin que el hecho de que el barón supiese su nombre pareciera sorprenderlo.

   –Es por ti que he venido a ver a tu padre -prosiguió el barón.

   Wladek permaneció frente al barón, contemplándolo. El trampero les indicó a sus hijos, con un ademán de alarma, que debían dejarlo a solas con su amo, de modo que dos de ellos hicieron una genuflexión, cuatro hicieron una reverencia, y los seis se replegaron en silencio al desván. Wladek se quedó porque nadie le sugirió que se marchara.

   –Koskiewicz -empezó a decir el barón, aún en pie porque nadie lo había invitado a sentarse. El trampero no le había ofrecido una silla por dos razones: en primer lugar porque era demasiado tímido, y en segundo lugar porque suponía que el barón estaba allí para reprenderlo-. He venido a pedirte un favor.

   –Lo que usted quiera, señor, lo que usted quiera -contestó el padre, preguntándose qué podía darle al barón que éste no tuviera multiplicado por cien.

   El barón continuó:

   –Mi hijo, León, tiene actualmente seis años y estudia en el castillo con dos preceptores particulares, uno de los cuales es polaco como nosotros, en tanto que el otro es alemán. Me dicen que es un niño inteligente, pero que le faltan estímulos porque no ha de competir con nadie. El señor Kotowski, el maestro de la escuela de Slonim, me informa que Wladek es el único niño capaz de suministrar el estímulo competitivo que tanto necesita León. En consecuencia me pregunto si permitirás que tu hijo deje la escuela de la aldea y estudie junto con León y sus preceptores en el castillo.

   Wladek seguía en pie frente al barón, escudriñándolo, mientras se abría ante él un prodigioso panorama de manjares y bebidas, de libros y maestros mucho más sabios que el señor Kotowski. Volvió la mirada hacia su madre. Ella también contemplaba al barón, con una expresión de asombro y pena. Su

   padre giró hacia su madre, y al niño le pareció que el instante de comunicación silenciosa entre ambos duraba una eternidad.

   El trampero habló con voz ronca, dirigiéndose a los pies del barón.

   –Será un honor para nosotros, señor.

   El barón miró inquisitivamente a Helena Koskiewicz.

   –Que la Santa Virgen no me permita obstaculizar el camino del niño -murmuró en voz baja-, aunque sólo Ella sabe cuánto me costará esto.

   –Pero, señora Koskiewicz, su hijo podrá venir periódicamente para visitarla.

   –Sí , señor. Espero que lo haga, al principio. – Se disponía a agregar una súplica, pero desistió de ella. El barón sonrió.

   –Excelente. Entonces está acordado. Por favor, traed al niño al castillo mañana a las siete de la mañana. Durante el período escolar Wladek vivirá con nosotros, y cuando llegue Navidad podrá volver aquí.

   Wladek prorrumpió en llanto.

   –Tranquilo, chico -dijo el trampero.

   –No iré -exclamó categóricamente Wladek, que sí deseaba ir.

   –Tranquilo, chico -repitió el trampero, esta vez con voz un poco más potente.

   –¿Por qué no? – preguntó el barón, con tono compasivo.

   –Nunca me separaré de Florcia… nunca.

   –¿Florcia? – inquirió el barón.

   –Mi hija mayor, señor -explicó el trampero-. No se preocupe por ella, señor. El chico hará lo que le ordenemos.

   Todos se quedaron callados. El barón reflexionó un momento. Wladek siguió derramando lágrimas controladas.

   –¿Qué edad tiene la chica? – preguntó el barón.

   –Catorce -contestó el trampero.

   –¿Podría trabajar en las cocinas? –

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