díganme una historia de las emociones
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Cuando Raquel lo veía pasar por el parque arrastrando los pies, cabizbajo, con ese rictus de tristeza en la cara, se le partía el corazón.
Llevaba meses así: no levantaba cabeza.
- ¡Hola Alfredo! - saludó a su amigo intentando mostrar normalidad.
Alfredo solo hizo un amago de saludo con la mano sin levantar la cabeza.
- ¿Quieres venir conmigo a pasear esta tarde? He descubierto un lugar que te encantará - le dijo.
Alfredo, contra todo pronóstico, aceptó la oferta, y Raquel lo citó a las cinco en el primer árbol que estaba en el camino que llevaba al río.
Entraba la primavera y el bosque estaba especialmente bonito en esos días. Al llegar, Raquel vio a Alfredo apoyado en el árbol del camino.
- ¡Holaaaa! - saludó de lejos.
Alfredo no levantó la cabeza, miraba algo en el suelo que lo tenía muy entretenido.
- ¿Ves ese pájaro? - le dijo cuando estuvo a su lado.
Raquel se agachó para verlo más de cerca. Un bebé gorrión se había caíd del aárbol y piaba con todas sus fuerzas muy asustado.
- ¡Así me siento yo! - dijo de repente Alfredo sin mirarla a la cara.
A Raquel le dio una punzada en el corazón; su amigo nunca le había hablado tan abiertamente de sus sentimientos.
De pronto bajaron del cielo dos pájaros más grandes y revolotearon alrededor del gorrioncillo calmándolo, a la vez que Raquel le ponía la mano cariñosamente en el hombro. Alfredo se fijó de dónde venían las aves, y vio el nido en una rama no muy alta.
- ¡Tengo que subir ahí! - dijo.
Alfredo se adelantó, tomó al bebé gorrioncillo en sus manos y escalando por el tronco logró devolver al pequeño a su nido.
Cuando Raquel ayudó a su amigo a bajar del árbol vio que en su mirada había cambiado algo; por primera vez, en mucho tiempo, sus ojos mostraban algo más que tristeza.
- ¿Oyes eso? - preguntó Raquel.
Alfredo guardó silencio: el gorrioncillo, más tranquilo, ya no piaba.
Llegaba el agradable ruido del río.