Diario de a bordo y primeras cartas sobre el descubrimiento.
Ellos andan todos desnudos como su madre los parió y también las mujeres, aunque no vio
más de una harto mazo. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno tenía más
de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los caballos
gruesos casi como sedas de cola de cabellos e cortos: los caballeros traen por encima de las
cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto
y son de la color de los canarios, ni negros ni blancos y de ellos se pintan de blanco, colorado.
Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se
cortaban con ignorancia (...)
Cristóbal colon (fragmento).
LA CRÓNICA DE INDIAS
La calidad literaria de Colón.
También es cierto que en sus cartas a la reina Isabel la católica y a sus protectores no
menciona para nada las características desagradables de las islas. En su Diario habla aquí y
allá del incomodo calor que sufrió en las Bahamas, pero en sus cartas no se refiere a ello. Y
su lenguaje peca en ocasiones de monótono, con repeticiones de fórmulas hiperbólicas,
porque no era hombre de letras y no disponía de un gran caudal de palabras. Pero consigue
cfectos deliciosos con su escaso caudal de vocabulario, como cuando habla de árboles que
"dejaban de ser verdes y se tornaban negros de tantas verduras”, o de "el canto de los grillos
a lo largo de la noche", o de la sonrisa que acompaña el habla de los isleños, o cuando dice
simplemente, sus descripciones podrán parecer artificiales, pero solo porque las hacen
siguiendo la moda literaria de su época, a la que prestaba obediencia, aun cuando no era gran
lector. {...}
Pedro enrique Ureila. Obras completas (fragmento)
Realice un análisis del documento de 100 palabras.
Respuestas a la pregunta
Puestos en tierra vieron árboles muy verdes, y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo, escribano de toda la armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio como él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha Isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se juntó allí mucha gente de la Isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias: "Yo (dice él), porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con Amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio (1) que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que tuvieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos a donde nos estábamos, nadando. Y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas (2) y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuenticillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y tanbién las mujeres, aunque no vide (3) más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vide de edad de más de 30 años. Muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras. Los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballos, y cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos (4) se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que fallan (5) . Y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos solo la nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las to-maban por el filo, y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro. Sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hize señas que era aquello, y ellos me mostraron como allí venían gente de otras islas que estaban cerca y los querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos ser-vidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestra Alteza para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta Isla." Todas son palabras del Almirante.
El 1.º de diciembre de 1504 escribía Colón a su hijo Diego, «Muchos correos vienen acá cada día y las nuebas acá son tantas y tales, que se me increspan los cabellos todos de las oír tan al rebés de lo que mi ánima desea. Plega a la Santa Trinidad de dar salud a la Reina, nuestra Señora, porque con ella se asiente lo que ya va lebantado».
Se encontraba el Almirante en Sevilla aquejado de un fuerte ataque de gota y los males de la artritis se le habían acrecentado con los fríos de aquel invierno que hubo de ser más duro de lo habitual. El Guadalquivir se había desbordado, «entró en la ciudad», le decía a Diego en su carta que a duras penas logró terminar por el dolor en las manos que le impedía tomar «la péndula». D. Cristóbal estaba inquieto. Hacía poco que había regresado de su último viaje al Nuevo Mundo que había sido un desastre. Había perdido todos sus barcos. Más de la mitad de su tripulación o bien había muerto o no había querido regresar con él a la Península. No había encontrado el estrecho entre los dos océanos que buscaba tan afanosamente y, para colmo, había sufrido varios motines capitaneados por los hermanos Porras: Francisco que iba por capitán de la nao Santiago y Diego con el cargo de escribano y oficial de la armada.
Colón estaba en Sevilla solo. Sus hijos y sus amigos más íntimos se encontraban en la Corte. Los chicos como pajes de la Reina y los amigos ocupándose de resolver sus negocios. El Almirante estaba seriamente preocupado. No tenía problemas económicos, en un navío que estaba a punto de llegar a Sanlúcar de Barrameda su contador le enviaba una buena remesa de oro y palo de brasil, sus tribulaciones eran de otro tipo. Hacía 5 años que había sido desposeído de la gobernación de las Indias y a toda costa quería regresar. El Almirante, pues aún conservaba este cargo, deseaba volver al Nuevo Mundo no solo para intentar de nuevo encontrar el Estrecho sino también para continuar su misión, para que no se perdiese «lo que ya va lebantado». Colón había visto el mal gobierno de Ovando y sabía que no había gente dispuesta a enrolarse en nuevos viajes. Las Indias, en palabras del genovés, «se perdían».
Para poder regresar con todos los honores necesitaba, o eso creía él, del apoyo de D.ª Isabel y más en aquel momento en el que acababan de llegar a Castilla la pesquisa -que se le había efectuado años atrás- y una carta a los Reyes de los Porras acusándole, sabe Dios de qué delitos. Los Porras, parientes de la amante del poderoso Tesorero de Castilla Alonso de Morales, gozaban por causa de esta relación de un gran predicamento en la recién creada Casa de la Contratación, del que el Almirante carecía.
Hasta el 2 de diciembre de 1504 no supo Colón el fallecimiento de la reina. Es evidente que D. Cristóbal sintió un profundo pesar solo aliviado por la certeza de que estaba en el Cielo, «Su vida siempre fue católica y santa y pronta a todas las cosas de su santo servicio, y por esto se debe creher que está en su santa gloria y fuera del desen d'este áspero y fatigoso mundo» escribía a Diego en una carta del 3 de diciembre. A esta carta siguieron otras en las que el padre no dejaba de preguntarse por su situación, «acá mucho se suena que la reina, que Dios tiene, ha desado que yo sea restituido en la posesión de las Indias», y en recordar al hijo su deber en procurar que el padre fuera repuesto en la gobernación. Mas las noticias no llegaban. Diego escribía menos de lo que el padre deseaba y D. Cristóbal, impaciente, le conminaba a actuar, «As de trabajar de saber si la Reina, que Dios tiene, dexó dicho algo en su testamento de mi».
Nada dejó dicho de Colón D.ª Isabel y el Almirante nunca fue repuesto en sus cargos ni volvió a navegar. Los nuevos reyes, D. Felipe y D.ª Juana, tenían otras preocupaciones más urgentes y D. Fernando, regente de Castilla hasta que estos llegaron a hacerse cargo del reino, tenía otros planes en los que Colón no entraba. Quería el Católico a otros hombres para emprender la ruta a las islas de la Especiería para cuya realización sería llamado, entre otros, Américo Vespucci. Fue el florentino el portador de una de las últimas cartas que Colón escribió a su primogénito desde Sevilla el 5 de febrero de 1505. Se preguntaba Colón para qué había sido llamado Américo a la Corte a la vez que se lamentaba del poco éxito que su amigo había tenido en los negocios. «Ha tenido mala suerte», le dice a Diego, pero es un buen amigo y de seguro intercedería por sus intereses como le había pedido el Almirante que, al parecer, no dejaba de solicitar la ayuda de todos cuantos acudían a ver al monarca.
Ahora sabemos que a Vespucci le encargarían preparar junto con Juan de la Cosa un viaje a la Especiería, que no llegó a realizar, que acabaría su vida como Piloto Mayor de la Casa de la Contratación y que, por un azar del destino, daría su nombre al Nuevo Continente descubierto por Colón.