descripciones del Personaje Principal Y Secundarios del libro "El Árbol En La Colina"de H.P LOVECRAFT
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Respuestas a la pregunta
Respuesta:
El árbol de la colina es uno de los relatos de terror de H.P. Lovecraft escritos en colaboración, en este caso, con Duane W. Rimel, con quien ya había escrito otros dos cuentos: La exhumación (The Disinterment) y La hechicería de Aphlar (The Sorcery of Aphlar).
El árbol de la colina está narrado en primera persona. Su protagonista explora las afueras de un pueblo llamado Hampden, donde encuentra un inusual árbol en la cima de una colina. Desde allí observa las impresionantes Montañas Bitterroot, cuya geografía parece imposible, mientras el misterioso árbol favorece algún tipo de sueño lúcido acerca de un templo o tumba en una tierra abrasada por tres soles rojos.
Explicación:
El árbol de la colina (The Tree on the Hill) es un relato de terror de los escritores norteamericanos H.P. Lovecraft (1890-1937) y Duane W. Rimel (1915-1996), compuesto en 1934 y publicado de manera póstuma en la revista pulp Polaris durante 1940.
El árbol de la colina es uno de los relatos de terror de H.P. Lovecraft escritos en colaboración, en este caso, con Duane W. Rimel, con quien ya había escrito otros dos cuentos: La exhumación (The Disinterment) y La hechicería de Aphlar (The Sorcery of Aphlar).
El árbol de la colina está narrado en primera persona. Su protagonista explora las afueras de un pueblo llamado Hampden, donde encuentra un inusual árbol en la cima de una colina. Desde allí observa las impresionantes Montañas Bitterroot, cuya geografía parece imposible, mientras el misterioso árbol favorece algún tipo de sueño lúcido acerca de un templo o tumba en una tierra abrasada por tres soles rojos.
En el interior del templo, de muros violetas y azules, las sombras reptan y se congregan alrededor de tres mortíferos ojos en llamas que escrutan al protagonista.
El árbol de la colina pertenece al Ciclo Onírico de H.P. Lovecraft, relatos donde el sueño y las pesadillas ocupan un rol preponderante.
El árbol de la colina.
The Tree on the Hill, H.P. Lovecraft (1890-1937)
Al sudeste de Hampden, muy cerca de la tortuosa garganta que excava el río Salmón, se extiende una cadena de colinas escarpadas y rocosas que han desafiado todo intento de colonización. Los cañones son demasiado profundos, los precipicios demasiado escarpados como para que nadie, excepto el ganado, visite el lugar.
La última vez que me acerqué a Hampden, la región (conocida como el infierno) formaba parte de la Reserva del Bosque de la Montaña Azul. Ninguna ruta comunica este lugar inaccesible con el mundo exterior, y los montañeses dicen que es un trozo del jardín de Su Majestad Satán transplantado a la Tierra. Una leyenda local asegura que la zona está hechizada, aunque nadie sabe exactamente porqué. Los lugareños no se atreven a aventurarse en sus misteriosas profundidades, y dan crédito a las historias que cuentan los indios, antiguos moradores de la región, acerca de unos demonios gigantes venidos del Exterior que habitaban en estos parajes.
Estas sugerentes leyendas estimularon mi curiosidad. La primera y, ¡gracias a Dios!, última vez que visité aquellas colinas tuvo lugar en el verano de 1938, cuando vivía en Hampden con Constantine Theunis. Él estaba escribiendo un tratado sobre la mitología egipcia, por lo que yo me encontraba solo la mayoría del tiempo, a pesar de que ambos compartíamos un pequeño apartamento en la Calle Beacon que miraba a la infame Casa del Pirata, construida por Exer Jones hacía sesenta años.
La mañana del 23 de junio me sorprendió caminando por aquellas siniestras y tenebrosas colinas que a aquellas horas, las siete de la mañana, parecían bastante ordinarias. Me alejé siete millas hacia el sur de Hampden y entonces ocurrió algo inesperado. Estaba escalando por una pendiente herbosa que se abría sobre un cañón particularmente profundo, cuando llegué a una zona que se hallaba totalmente desprovista de la hierba y vegetación propia de la zona. Se extendía hacia el sur, y pensé que se había producido algún incendio, pero, después de un examen más minucioso, no encontré ningún resto del posible fuego. Los acantilados y precipicios cercanos parecían horriblemente chamuscados, como si alguna gigantesca antorcha los hubiese barrido, haciendo desaparecer toda su vegetación. Y aun así seguía sin encontrar ninguna evidencia de que se hubiese producido un incendio... Caminaba sobre un suelo rocoso y sólido sobre el que nada florecía.
Espero te sirva