derivaciones de la primera guerra mundial
Respuestas a la pregunta
Un pequeño vagón de tren en un bosque francés. Ese fue el bucólico fin de la mayor sangría perpetrada por la humanidad hasta entonces. En aquella sala improvisada en Compiègne Alemania reconoció su derrota ante Francia, Reino Unido y Rusia -la Triple Entente- y firmó el documento que ponía fin a la Gran Guerra. Era el 11 de noviembre de 1918 -hoy se cumplen cien años- y atrás quedaban casi 70 millones de soldados de los que cerca de 10 millones murieron, otros ocho millones desaparecieron y 20 millones resultaron heridos de distinta gravedad.
A la tragedia que supuso la guerra en el campo de batalla habría que sumar la devastación civil. Pero también el hecho de que, tras la firma del armisticio, quedaron atrás sistemas de gobierno y de valores, políticas internacionales y tecnologías, clases sociales y modos de vivir. La Gran Guerra -por aquel entonces pocos pensaban que pudiera haber una Segunda Guerra Mundial- cambió el mundo. Pero no tanto a los hombres.
Alemania fue la mayor pagadora, en todos los sentidos, del conflicto. Y en consecuencia fue la gran damnificada de la guerra que auspició. Si en 1914 era un Imperio, el 9 de noviembre de 1918 se despertó como República, con su emperador, el káiser Guillermo II abdicado y huido y con su territorio fraccionado. La realidad no era muy distinta a la que se vivía en el Imperio Austrohúngaro, desmembrado en varias repúblicas –Checoslovaquia, Polonia, Hungría...- y con su emperador, Carlos, exiliado en Suiza. Una suerte tal vez mejor que la que había corrido la familia real rusa, depuesta en 1917, y el anticipo de lo que ocurriría en el Imperio Otomano, cuyo último sultán, Mehmed VI, caería en 1922.
La Europa imperial y monárquica que se condujo imprudentemente hacia el conflicto fue víctima de sí misma. De las grandes monarquías en liza solo la británica y la italiana sobrevivieron a la guerra. El mundo había cambiado, los intereses habían cambiado. “La guerra –reflexionó Churchill años después- se decidió en los primeros veinte días de lucha, y todo lo que pasó después consistió en batallas que, si bien fueron gigantescas y devastadoras, no eran más que llamamientos desesperados y vanos contra la decisión del destino”.
El poder del Estado
La percepción de la Guerra de las potencias en contienda en el verano de 1914 fue con toda seguridad el punto de partida de los cambios que vendrían cuatro años después. “Los poderes europeos contemplaban una serie de encuentros militares cortos e incisivos, seguidos presumiblemente de un congreso general de los beligerantes en el que confirmarían los resultados militares mediante un arreglo político y diplomático”, señala la historiadora británica Ruth Henig. Una percepción que coincide con el relato de Los cañones de agosto de Barbara Tuchman, en el que la destrucción causada en el primer mes de guerra sorprende a los países en liza. Su error de cálculo fue no entender que, tras años de observarse mutuamente y pactar en secreto, la guerra no era un medio para llegar a nada, sino un fin en sí mismo.
Respuesta:
una gran devastación demográfica y social, así como, una fuerte crisis económica. Desaparecieron cuatro imperios que fueron el alemán, el ruso, el austrohúngaro y el otomano, y se formaron nuevos países, lo que modificó la demografía de Europa central.
desaparecieron los imperios alemán; austrohúngaro; Imperio otomano y ruso. Este último se vio fracturado por la Revolución rusa que tuvo lugar en 1917, movida, entre otras razones, por la participación de este Imperio en la Gran Guerra.